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¿Cuál es el significado de Catalina?
Catalina es un nombre de niña que procede del griego y fue latinizado en Caterina, y más tarde en Catharina, de donde procede la forma castellana Catalina. Viene de katharós: ‘pura, inmaculada’.
¿Quién es Catalina en la Biblia?
Santa Catalina de Siena | EWTN 29 de Abril Santa Catalina de SienaVirgen y doctora de la Iglesia Nacida en 1347, Catalina (nombre que significa “Pura”) era la menor del prolífico hogar de Diego Benincasa. Allí crecía la niña en entendimiento, virtud y santidad.
- A la edad de cinco o seis años tuvo la primera visión, que la inclinó definitivamente a la vida virtuosa.
- Cruzaba una calle con su hermano Esteban, cuando vio al Señor rodeado de ángeles, que le sonreía, impartiéndole la bendición.
- Su padre, tintorero de pieles, pensó casarla con un hombre rico.
- La joven manifestó que se había prometido a Dios.
Entonces, para hacerla desistir de su propósito, se la sometió a los servicios mas humildes de la casa. Pero ella caía frecuentemente en éxtasis y todo le era fácil de sobrellevar. Finalmente, derrotados por su paciencia, cedieron sus padres y se la admitió en la tercera orden de Santo Domingo y siguió, por tanto, siendo laica.
- Tenía dieciséis años.
- Sabía ayudar, curar, dar su tiempo y su bondad a los huérfanos, a los menesterosos y a los enfermos a quienes cuidó en las epidemias de la peste.
- En la terrible peste negra, conocida en la historia con el nombre de “la gran mortandad”, pereció más de la tercera parte de la población de Siena.
A su alrededor muchas personas se agrupaban para escucharla. Ya a los veinticinco años de edad comienza su vida pública, como conciliadora de la paz entre los soberanos y aconsejando a los príncipes. Por su influjo, el papa Gregorio XI dejó la sede de Aviñon para retornar a Roma.
- Este pontífice y Urbano VI se sirvieron de ella como embajadora en cuestiones gravísimas; Catalina supo hacer las cosas con prudencia, inteligencia y eficacia.
- Aunque analfabeta, como gran parte de las mujeres y muchos hombres de su tiempo, dictó un maravilloso libro titulado Diálogo de la divina providencia, donde recoge las experiencias místicas por ella vividas y donde se enseñan los caminos para hallar la salvación.
Sus trescientas setenta y cinco cartas son consideradas una obra clásica, de gran profundidad teológica. Expresa los pensamientos con vigorosas y originales imágenes. Se la considera una de las mujeres más ilustres de la edad media, maestra también en el uso de la lengua Italiana.
El papa Pablo VI, en 1970, la proclamó doctora de la Iglesia.Ella, Santa Teresa de Avila y Santa Teresita de Lisieux son las tres únicas mujeres que ostentan este título.Otros Santos cuya fiesta se celebra hoy: Santos: Paulino, Severo, obispos;Agapio, Secundino, Tíquico, Torpetes, Emiliano, mártires; Pedro de Verona;Roberto (Bob, Boby), monje; Tértula, Antonia, vírgenes; Hugo, abad.
: Santa Catalina de Siena | EWTN
¿Qué significa el nombre Catalina en el amor?
Amor: Es confiable, cariñosa y algo posesiva. Fecha: 29 de Abril (Santa Catalina).
¿Cómo se abrevia Catalina?
Variantes –
Diminutivo: Cata, Catu, Catalucha, Cachu, Cachuchita, Catita, Cati, Caty, Catiana, Nina, Lina, Cate, Catina, Catilica, Catimo, Cat, Cartu, Katy, Kathy, Kati, Kareli, Katyta, Catulaca, Catula, Kata, Kat, Katula, Katylla, Katalina, Katalyna, Katulaka, Catuta, Carty, Kano, Kajo, Katurra, Kta, Kty, Katyf, Katha, Katrina, Kateyton, Katif, Katy, Katyberta, Katuxa, Talyn, Talin, Ktona, Katilyn, Katalicia, etc.
¿Cuándo es el Día de las Catalinas?
Consulta el santoral del viernes 25 de noviembre. Hoy, viernes 25 de noviembre, el santoral católico honra a una de las primeras mártires de la era cristiana, Santa Catalina de Alejandría.
¿Qué le dijo Dios a Santa Catalina?
—64→ De los hechos maravillosos realizados por Catalina mientras asistía a los enfermos Catalina era muy compasiva con las necesidades de los pobres, pero su corazón era más sensible aún ante los sufrimientos de los enfermos. Para aliviarlos realizaba cosas aparentemente increíbles, lo cual no es una razón para que dejemos de consignarlas aquí.
Por consiguiente las relataré para gloria de Dios y provecho de las almas. Tengo como prueba de ellas el testimonio verbal y escrito de fray Tomás, a quien ya he mencionado, religioso del convento de Santo Domingo de Siena, doctor en Teología y provincial de la provincia romana de la orden de Predicadores.
También podría citar a Lapa, a Lisa y a otras respetables matronas quienes personalmente me han confirmado tales hechos. Vivía en la ciudad de Siena una mujer enferma llamada Teca, cuya indigencia era tan extrema, que se veía necesitada a acudir al hospital en busca de las medicinas que necesitaba y no podía procurarse por sus propios medios.
- Pero el hospital estaba tan pobre que escasamente podía facilitar a los enfermos lo imprescindiblemente necesario.
- La enfermedad de la pobre mujer, que era la lepra, aumentaba de día en día y el hedor que salía de su cuerpo era tan repulsivo que nadie tenía valor suficiente para acercarse a ella.
- Ya se habían tomado las providencias para sacarla fuera de la ciudad como se acostumbra en casos semejantes y para esa enfermedad.
Cuando Catalina tuvo noticia de esto, su corazón caritativo se conmovió; fue apresuradamente adonde estaba la enferma, la besó y le prometió no sólo subvenir a todas sus necesidades, sino convertirse en su enfermera mientras viviese. Catalina cumplió al pie de la letra su promesa; mañana y tarde visitaba a la enferma y le llevaba todo lo que necesitaba.
- En esta desdichada contemplaba al esposo de su corazón y la cuidaba de todas las maneras que estaban a su alcance y con indescriptible respeto y amor.
- Sin embargo, la exaltada caridad de Catalina, lejos —65→ de inspirar agradecimiento en la persona que era objeto de sus atenciones, sólo conseguía despertar en ella el orgullo y la ingratitud, cosa por desgracia más frecuente de lo que parece en almas desprovistas de la virtud de la humildad, que se ensoberbecen cuando debieran rebajarse y ofrecen insultos a cambio de beneficios por los que deberían estar eternamente agradecidas.
La caridad de Catalina y la humildad de que daba muestras al prodigar sus cuidados a la desdichada mujer hacían a Teca arrogante e irritable. Al ver a su bienhechora tan solícita para atenderla pensó que tales atenciones le eran debidas y lejos de agradecerlas sólo tenía para Catalina palabras injuriosas, cuando esta hacia algo que no le gustaba.
- La sierva del Señor prolongaba a veces sus oraciones en la iglesia y llegaba al hospital un poco más tarde que de costumbre.
- En estas ocasiones la enferma daba rienda suelta a su mal humor profiriendo frases como estas: «-Buenos días, reina de Fonte-Branda (así se llamaba el barrio de la ciudad donde estaba la casa de Catalina).
Su majestad se da el gusto de estarse toda la mañana en la iglesia de los frailes; es allí donde ha estado malgastando el tiempo, estoy segura; usted nunca se aburre con sus queridos frailes». Con estas y otras frases por el estilo intentaba la desagradecida mujer irritar a Catalina, pero esta, siempre calma, trataba de apaciguarla de la mejor manera que podía y le hablaba con tanta humildad y blandura como si fuese su propia madre, pidiéndole por el amor de Nuestro Señor que le perdonase su tardanza.
«-He venido un poco tarde, es cierto -le decía-, pero quedará usted debidamente atendida». E inmediatamente se ponía a encender el fuego para prepararle la comida y lo arreglaba y ordenaba todo con tal rapidez que la misma malhumorada mujer se quedaba sorprendida. Esto continuó durante mucho tiempo sin que disminuyese en lo mínimo su paciencia y la caridad con que atendía a la enferma.
Todos estaban llenos de admiración, todos, excepto Lapa, quien se quejaba con frecuencia: «-Hija mía, si sigues así, vas a contraer la lepra. No quiero que sigas atendiendo a esa enferma». Pero ella, que había depositado toda su confianza en Dios, trataba de calmar a su madre asegurándole que no tenía nada que temer, pues la Providencia, que le había encomendado esta tarea, se encargaría de protegerla contra cualquier peligro que pudiese amenazarla.
- De esta manera triunfaba su caridad sobre todos los obstáculos y proseguía la obra comenzada.
- Satanás acudió entonces a otros medios.
- Nuestro Señor permitió que las manos de Catalina se cubriesen de —66→ lepra con el fin de que el triunfo de su fiel esposa fuese más resonante; los dedos que habían tocado el cuerpo de Teca contrajeron la terrible enfermedad y nadie dudó ya que Catalina estaba contagiada.
Esta desgracia no la arredró y prefirió que su cuerpo fuese poco a poco cubriéndose con la lepra a renunciar a su obra de caridad. No le importaba que su cuerpo, al que consideraba como un montón de tierra despreciable, se convirtiese en esa cosa horrenda que es un leproso, con tal que lo que hacía fuese del agrado de Dios.
- Mientras tanto, la enfermedad iba progresando en ella, pero el amor divino hacía que no le atribuyese la menor importancia.
- Por fin Aquel, que cura cuando causa una herida, que ensalza a los que se humillan y que hace que los mayores males resulten provechosos a aquellos a quienes ama, después de haberse regocijado con la valentía demostrada por su esposa, quiso dar por terminada la prueba a que la había sometido.
Teca murió y Catalina la asistió en su agonía. El cuerpo de aquella infeliz mujer causaba espanto; pero Catalina lo lavó, lo vistió y finalmente le dio sepultura. Cuando este último acto de caridad estuvo terminado, la lepra desapareció instantáneamente del cuerpo de Catalina; sus manos aparecieron más blancas que el resto de su cuerpo, como si la lepra le hubiese comunicado una finura y delicadeza particulares.
Hagamos una pausa y admiremos el conjunto de virtudes de que dio muestra Catalina en este hecho portentoso. La caridad, reina de las virtudes, iba al frente; la humildad la acompañaba al convertir a Catalina en la sirvienta de la infortunada mujer; la paciencia la sostuvo para soportar con santa alegría las intemperancias de la enferma así como para sufrir las incomodidades de una enfermedad tan repulsiva; su fe le muestra en aquel ser cubierto de miseria a su divino esposo, a quien arde en deseos de agradar y la esperanza no la abandona un instante como lo demuestra su perseverancia hasta el final.
Un milagro corona el conjunto de estas virtudes porque Nuestro Señor curó instantáneamente las manos que habían sido atacadas por la lepra a consecuencia de haber cuidado a la enferma durante su vida y aun después de muerta. Vivía también en Siena, en la época en que Catalina se consagró al cuidado de los enfermos e indigentes, una hermana de Penitencia de Santo Domingo, llamada Palmerina, la cual se había consagrado públicamente, disponiendo para ello de toda su fortuna a obras de misericordia.
- A pesar de existir estas dos razones para consagrarse totalmente a Dios, el demonio hizo presa —67→ de ella.
- Una secreta envidia y un resto de orgullo le habían inspirado aversión profunda hacia Catalina, hasta tal extremo, que no solamente le causaba extraordinario desagrado verla, sino que bastaba con oír pronunciar su nombre para que estallase en vituperios contra ella.
Hasta llegó al extremo de denunciarla al público como impostora, calumniando y maldiciendo el nombre de la abnegada sierva del Señor. Catalina empleó todos los medios que le sugerían su humildad y su amor al prójimo en su intento de calmar la furia de aquella mujer, pero todo fue en vano.
Viendo que nada conseguía por estos medios, acudió a su divino esposo como era costumbre en ella, por medio de fervorosas oraciones, que subían a manera de llamas hasta el trono del Altísimo, implorando al mismo tiempo su justicia y su misericordia. En rigor, Catalina solamente invocaba su misericordia, pero Dios, que no puede separar estos dos atributos, empleó en primer lugar su justicia para dar luego, en atención a las oraciones de su fiel esposa, una prueba palpable y extraordinaria de su misericordia.
Castigó el cuerpo de Palmerina para curar su alma y combatió su dura obstinación mediante las dulzuras de la caridad con que había enriquecido a su esposa. También aumentó el celo de Catalina por la salvación de las almas revelándole la inefable belleza de aquel espíritu que había sido condenado por su propia culpa, pero que ella había hecho entrar por sus méritos y oraciones en el camino de la salvación.
- La enfermedad de Palmerina no curó su mala disposición; por el contrario, su odio hacia Catalina aumentó.
- Esta intentó por todos les medios a su alcance hacerlo desaparecer; acudió, dando muestra de la mayor humildad, a su lecho de enferma; trató de consolarla dándole muestras de afecto y le hizo todos los servicios imaginables.
Pero Palmerina permanecía obstinadamente insensible a palabras y hechos realizados con tan ardiente caridad, llegando al extremo de que cuanto hacía en su favor sólo servía para aumentar su odio, llegando al extremo de hacerla arrojar de su casa. Entonces el Juez Supremo dejó caer el peso de su justicia sobre aquel enemigo de la caridad.
- La gravedad de su dolencia aumentó en forma repentina y sin haber tenido tiempo para recibir los santos sacramentos, Palmerina se encontró en presencia de la muerte y de la condenación eterna.
- Tan pronto como Catalina supo esto, se encerró en su habitación y fervientemente conjuró a su esposo para que no permitiese la perdición de un alma por culpa de ella.
«-Señor -le dijo- ¿seré yo una miserable criatura, la ocasión de que se pierda un alma creada a tu imagen —68→ y semejanza? ¿Es ese el bien que tú quieres hacer por mi mediación? No dudo que mis pecados han sido la causa de todo, pero yo continuaré importunándote hasta que mi hermana vea el error en que se encuentra y tú salves de la muerte eterna a su alma».
Mientras Catalina oraba en esta forma, más con el corazón que con los labios, Dios, con el fin de excitar aún más en ella el deseo de salvar a aquella alma que se encontraba a punto de perecer, le reveló los pecados de Palmerina y el peligro que la amenazaba y cuando Nuestro Redentor le declaró que no podía permitir que un odio tan injustificado e implacable quedase sin castigo, Catalina insistió nuevamente con sus ardientes súplicas implorando a su divino y misericordioso Salvador para que no permitiese que el alma de Palmerina abandonase este mundo sin haberse reconciliado con Dios.
Las oraciones de Catalina fueron tan eficaces que la enferma no podía morir; su agonía duró por espacio de tres días y tres noches y todos estaban asombrados y sufrían al ver este combate tan prolongado con la muerte. Mientras tanto, Catalina permanecía en continua oración hasta que por fin sus lágrimas triunfaron sobre el Omnipotente.
Un rayo de luz celestial penetró en medio de las tinieblas que rodeaban a la enferma en su agonía, la hizo reconocer su pecado y le dio la gracia necesaria para arrepentirse y conseguir la salvación. Catalina supo esto por revelación y corrió a la casa de la moribunda, y en cuanto esta alcanzó a verla, se deshizo en demostraciones de alegría y respeto hacia su visitante, acusándose en voz alta de sus faltas.
Poco después fallecía, luego de haber recibido los santos sacramentos con las señales inequívocas de la más profunda contrición. Nuestro Señor mostró después a su esposa esta alma redimida, manifestándole que si Él, que es la fuente de toda belleza, se había sentido tan cautivado por la hermosura de las almas, que descendió a la tierra y derramó su preciosa sangre por ellas, cuánto no debían trabajar unos por otros con el fin de que criaturas tan admirables no pereciesen.
Si te he mostrado esta alma -le dijo Nuestro Salvador- es para despertar en ti el deseo cada vez más firme de promover la salvación de tus semejantes en proporción con la gracia que te ha sido otorgada por mi divina munificencia. Catalina dio efusivas gracias a Dios y suplicó humildemente al Señor que en lo sucesivo le hiciese ver la belleza de las almas que tuviesen alguna relación con ella para que así aumentasen sus deseos de promover su salvación.
Dios le otorgó esta gracia diciéndole: «-Porque has despreciado al mundo para entregarte por completo —69→ a mí, que soy puro espíritu; porque has orado con fe y perseverancia por la salvación de esa alma, te concedo la luz sobrenatural necesaria para que veas la belleza o la deformidad de las almas de aquellas personas con quienes tengas alguna relación.
Tus sentidos interiores percibirán la condición en que se encuentran los espíritus, de la misma manera que los sentidos externos perciben el estado en que se hallan los cuerpos. Y esto ocurrirá no solamente con respecto a las personas presentes, sino con todas aquellas cuya salvación pueda ser objeto de tu solicitud y de tus oraciones, aunque estuvieran ausentes y aunque no las hayas visto nunca».
La eficiencia de esta gracia fue tan grande que a partir de ese momento vio con más claridad las almas que los cuerpos de las personas que se acercaban a ella. Un día la reprendí porque permitía que las personas que se le acercaban se arrodillasen delante de ella, y Catalina me contestó: «-Dios es testigo de que muchas veces no percibo las acciones de aquellos que me rodean; me ocupo de los espíritus sin prestar atención a los cuerpos».
- Entonces yo le dije: «-¿Ves los espíritus? -Padre -me contestó-, reconozco que mi Salvador me otorgó esta gracia cuando oyó mis ruegos para que apartase de las llamas eternas a un alma que se precipitaba en ellas por su propia culpa.
- Entonces Él me mostró la inefable belleza de aquella alma y a partir de ese momento es muy raro para mí ver a una persona sin que al mismo tiempo perciba su estado interior».
Y agregó: «-Padre, si usted pudiese ver una sola vez la belleza de un alma humana, usted sacrificaría su vida cien veces, si necesario fuera, por su salvación. Nada existe en el mundo material que pueda compararse con semejante belleza». Entonces le rogué que me diese más detalles acerca de la manera cómo el Señor le otorgó aquella gracia y entonces me refirió lo que anteriormente acabo de consignar, pero suavizando en cuanto le fue posible las injurias que aquella hermana de Penitencia había proferido contra ella.
- Otras hermanas de la misma congregación, que fueron testigos de los hechos, me confirmaron la gravedad de los insultos y acusaciones formuladas contra la esposa del Señor.
- Agregaré a esto un hecho que servirá para completar este punto.
- Yo serví frecuentemente de intérprete entre el Papa Gregorio XI y Catalina; esta no entendía el latín y el soberano pontífice no hablaba el italiano.
En una de estas entrevistas Catalina preguntó por qué en la corte de Roma, donde debieran florecer todas las virtudes, sólo reinaban los vicios más desdichados. El Papa preguntó entonces si hacía mucho tiempo que Catalina —70→ estaba en Roma y al informársele que había llegado pocos días antes, dijo a la sierva del Señor: «-¿Cómo se ha enterado usted tan pronto de lo que ocurre aquí?».
Catalina, dejando de lado su humilde continente para asumir un aire de autoridad que me dejó asombrado, pronunció las siguientes palabras: «-Debo declarar para gloria de Dios Todopoderoso que, aun cuando estaba todavía en mi ciudad natal, he percibido la infección de los pecados que se cometen en Roma de una manera más clara y distinta que percibo a quienes los cometen y los están cometiendo todavía diariamente».
El Papa guardó silencio. Yo no pude reprimir el gesto de sorpresa que me causaron estas palabras y jamás olvidaré el tono de autoridad con que Catalina habló al gran pontífice. Frecuentemente me ocurrió a mí y a otras personas que la acompañaban en sus viajes, encontrarme en su compañía en lugares que nunca habíamos visto y también ver por vez primera personas de honorable aspecto, pero que en realidad eran viciosas.
Catalina conocía directamente su interior y se negaba a mirarlas y aun a contestarles cuando se dirigían a nosotros. Si insistían, solía decir: «Purifiquémonos primero de nuestras faltas y librémonos de los lazos con que nos tiene sujetos Satanás; luego conversaremos acerca de Dios». De esta manera nos libraba de su presencia; luego, no tardábamos en descubrir que tales personas estaban manchadas por los más grandes pecados.
El enemigo de la humanidad, envidioso de los grandes merecimientos de Catalina y temeroso del gran bien que hacía sobre las almas cuidando a los enfermos, buscó nuevos medios para desviarla de su camino, pero su malicia fue nuevamente derrotada. Deseaba hacer estéril aquel árbol plantado a la vera de las aguas vivificadoras, pero no obstante los esfuerzos por él realizados, sus ramos continuaron dando abundantes y cada vez más preciados frutos.
Fue por este tiempo cuando una hermana de Penitencia de Santo Domingo, llamada Andrea, estaba muy enferma con un cáncer, que de manera tan terrible como inexorable iba consumiendo todo su pecho. El hedor que despedía era tan repulsivo que era imposible acercarse a ella sin repugnancia, y apenas se encontraba alguna que otra persona que tuviese el valor necesario para acercarse a la desdichada mujer para hacerle una fugaz visita.
En cuanto Catalina supo esto, comprendió que Dios reservaba para ella a esta pobre alma abandonada. Inmediatamente fue a visitarla y le ofreció atenderla mientras durase tan terrible enfermedad. La infeliz aceptó el ofrecimiento tanto más agradecida —71→ cuanto más abandonada se encontraba de todos.
- He aquí pues a la virgen sirviendo a la viuda; a la juventud socorriendo a la ancianidad y a aquella que languidecía por el amor de Dios consagrándose al servicio de la que lentamente se consumía, atacada por la enfermedad más terrible que puede existir sobre la tierra.
- Catalina no omite atenciones a pesar de que la desdichada enferma se hace cada día más insoportable; permanece continuamente al lado del lecho, descubre la llaga, la cura y le cambia las gasas sin mostrar la menor repugnancia, sin fijarse en el tiempo que necesita para ello o en las dificultades con que tropieza para vestir a la enferma.
Esta admira la constancia y la caridad de una persona tan joven. El enemigo de todo bien, irritado al ver tales extremos de la virtud más exaltada, recurre a un artificio digno de él. Un día, al descubrir la llaga, brotó de esta un hedor tan insoportable que la santa creyó estar a punto de desmayarse; pero su voluntad permaneció firme aunque el estómago se le revolvió en tal forma que creyó iba a vomitar.
Tan pronto como se dio cuenta de esto, la santa se indignó contra sí misma reprochándose acerbamente semejante debilidad. «¡Cómo es eso! -exclamó-. ¿Te disgusta tu hermana que ha sido redimida por la sangre de Jesucristo? Aunque tú cayeras enferma aun en peores condiciones que ella, eso no sería más que un justo castigo por tus pecados».
Y diciendo esto, se inclinó sobre el pecho de la cancerosa y aplicó los labios a la repugnante úlcera hasta que tuvo la seguridad de haber vencido el disgusto que le producía la enferma y triunfado sobre la natural repulsión que sentía. La mujer gritaba mientras tanto diciendo: «-No haga eso, mi querida criatura; yo no puedo sufrir que usted envenene su sangre con esta horrible corrupción».
- Pero Catalina no se levantó hasta que hubo vencido al enemigo, el cual la dejó tranquila por algún tiempo.
- Dándose cuenta de que nada podía conseguir contra la santa, dirigió sus baterías hacia la enferma, que no estaba preparada para resistir sus ataques.
- Esta desdichada, influida por el enemigo del género humano, empezó a cansarse de los asiduos cuidados y atenciones que recibía de Catalina y terminó por concebir hacia ella un profundo odio.
Como nadie, excepto Catalina, tenía el valor y la abnegación suficientes para acercarse a ella, atribuyó su perseverancia a una especie de orgullo y al deseo culpable de distinguirse de los demás. Y como el que odia cree fácilmente cualquier maldad con respecto a aquellos a quienes aborrece, la desdichada mujer, instigada por Satanás, y que tenía el alma aun —72→ más enferma que el cuerpo, empezó a sospechar de la pureza de su benefactora hasta el extremo de pensar que cuando se encontraba ausente de allí, estaba cometiendo algún gran pecado.
Catalina, que no ignoraba los pensamientos de la infeliz, permaneció firme como una columna; ella veía únicamente a su Esposo y proseguía con íntimo gozo espiritual la obra que había comenzado; se reía del enemigo cuyas acechanzas conocía y experimentaba íntimo regocijo al provocar sus iras practicando la caridad en forma tan insoportable para él.
Finalmente, el demonio llegó a cegar de tal manera la mente de la enferma e irritarla hasta tal extremo que llegó hasta a acusar públicamente a Catalina de las faltas más vergonzosas. Estas acusaciones se propalaron entre las hermanas y las dirigentes de la congregación fueron a visitar a la enferma para preguntarle los fundamentos que tenía para acusarla en aquella forma.
- Andrea contestó lo que el demonio le sugirió y entonces las hermanas llamaron a Catalina y tras haberle dirigido los más acerbos reproches, le preguntaron cómo había podido dejarse seducir hasta el extremo de perder su virginidad.
- La santa, siempre humilde y paciente, se limitó a contestar: «-Os aseguro, señoras y queridas hermanas, que por la gracia de Jesucristo todavía soy virgen».
Y como ellas renovasen sus absurdas acusaciones, toda su defensa consistió en repetir: «-Aseguro que soy virgen., aseguro que soy virgen.». Esto no cambió en absoluto su manera de conducirse. A pesar de que tenía el corazón dolorido por la terrible calumnia, no dejó un solo día de servir y atender a la autora de ella; pero cuando estaba a solas en su habitación, se refugiaba en la plegaria.
- «Mi Omnipotente Salvador -decía deshecha en lágrimas- mi amado Esposo, tú sabes lo delicada que es la reputación de la mujer, y con cuánto cuidado procuran las esposas conservar su honor sin el menor reproche.
- Por esta razón confiaste tu santa madre a los cuidados de San José.
- Tú conoces los esfuerzos que ha hecho el «padre de toda mentira» para apartarme de la tarea que he iniciado por amor a ti.
Ayúdame, entonces, mi Dios y Señor, pues sabes que soy inocente y no permitas que la antigua serpiente prevalezca contra mí». Mientras así derramaba en la presencia de Dios sus lágrimas y sus oraciones, el Salvador del mundo se le apareció teniendo en la mano derecha una corona de oro adornada con piedras preciosas y en la izquierda una corona tejida con espinas.
- «-Mi hija amada -le dijo- has de saber que tú debes llevar sucesivamente estas —73→ dos coronas tan diferentes entre sí; elige la que prefieres.
- Si optas por las espinas en esta vida, yo te reservaré la otra para después de tu muerte, pero si prefieres la de oro y piedras preciosas, después llevarás la de espinas».
«-Señor -contestó Catalina-, he renunciado desde hace mucho tiempo a mi voluntad propia y te he prometido acatar la tuya en todas las cosas. Por consiguiente no tengo elección que hacer, pero si quieres que te conteste, quiero vivir esta vida de acuerdo con tu santa pasión pues la felicidad a que aspira mi alma es la de sufrir por ti».
Y diciendo estas palabras, tomó con ambas manos la corona de espinas tal como se la presentaba el Salvador y se la colocó sobre la cabeza con tanta fuerza que las espinas le penetraron por todos lados. Después de esta visión -según ella misma me confesó- sintió durante mucho tiempo el dolor que le producían las heridas.
Entonces el Señor le dijo: «-Yo soy todopoderoso y si he permitido que ocurra este escándalo también puedo hacer que cese inmediatamente. Completa el trabajo que has comenzado y no cedas ante Satanás, quien intentará impedírtelo. Yo haré que tu victoria sobre él sea completa; todo lo que ha tramado contra ti redundará en ignominia suya y en tu gloria».
Ante estas palabras, la sierva del Señor quedó consolada y llena de valor para combatir los ardides del enemigo. Mientras tanto Lapa, la madre de Catalina, había llegado a saber lo que la enferma había dicho de su hija y que corría de boca en boca entre las hermanas. Estando completamente segura de la inocencia de la inculpada e indignada por la calumnia de que esta era objeto, se dirigió a Catalina diciendo, presa de la mayor indignación: «-¡Cuántas veces te he dicho que no vuelvas a visitar a esa mujer malvada! Esta es la recompensa de tus cuidados y desvelos para con ella: tu deshonor delante de toda la hermandad.
Si vuelves a atenderla, si pones de nuevo los pies en su casa, dejaré de llamarte hija mía». Esta fue una nueva artimaña del demonio para impedir la santa obra que estaba llevando a cabo Catalina. Esta, al oír las palabras de su madre, guardó silencio durante unos instantes; luego, acercándose a ella, se arrodilló a sus pies y le dijo humildemente: «-Mi querida madre, la ingratitud de los hombres ¿impide acaso a Dios ejercer diariamente su misericordia sobre multitud de pecadores? ¿No llevó a cabo nuestro Salvador la tarea de redimir a la humanidad en la cruz sin tener en cuenta los insultos que le eran dirigidos? Tú eres buena, madre, y sabes que si yo abandono a esa pobre enferma, nadie la cuidará —74→ y morirá por falta de asistencia.
¿No seremos nosotras en tal caso la causa de su muerte? Ella está engañada por Satanás, pero Dios puede iluminar su alma y hacer que reconozca su error». De esta manera apaciguó a su madre, quien le dio su bendición y ella volvió al lado de la enferma y siguió cuidándola como si nada hubiese ocurrido.
Andrea quedó sumamente sorprendida al ver que Catalina no daba la menor señal de haberse ofendido por la calumnia y entonces empezó a sentir el aguijón del remordimiento tanto más cuanto que notaba que las atenciones de su bienhechora aumentaban día a día.
Dios tuvo por fin compasión de la miserable mujer y le envió para gloria de su esposa la siguiente visión. Un día, mientras Andrea estaba en la cama, le pareció que en el momento en que penetraba en la habitación la sierva del Señor y se acercaba a la cama donde ella estaba tendida, una luz resplandeciente bajaba del cielo, la rodeaba llenándola de tanta dulzura y alegría que la misma enferma olvidó sus sufrimientos.
Ella no comprendió lo que le ocurría y miró en torno suyo asombrada. Fijando después los ojos en Catalina, la contempló tan cambiada y transfigurada, que ya no vio más en ella a la hija de Lapa sino la majestuosa figura de un ángel envuelta como en una vestidura por el resplandor celestial que la rodeaba.
Al ver esto, el arrepentimiento que ya sentía por su falta, aumentó en su corazón, reprochándose amargamente la calumnia de que había hecho objeto a una santa. Esta visión que Andrea percibió con sus ojos corporales duró mucho tiempo, y cuando desapareció dejó a la infeliz enferma triste y consolada a la vez.
Su tristeza fue la de que habla el apóstol en su carta a los Corintios (2 COR., VII, 10). Movida por el arrepentimiento, pidió perdón con lágrimas y sollozos a Catalina, acusándose de haber pecado contra ella calumniándola. Catalina abrazó a la desdichada penitente y la consoló lo mejor que pudo, asegurándole que ni un solo momento había pensado abandonarla o sentido el menor rencor contra ella.
«-Querida madre -le dijo-, yo sé muy bien que el enemigo de nuestra salvación fue el promotor de esos escándalos y que él fue quien te engañó con su malicia. No te acuso a ti sino a él. Y te agradezco, por el contrario, por lo celosa que te mostraste con respecto a mi virtud». Después de haberla consolado, le prodigó las atenciones de costumbre y volvió a casa para atender a sus ocupaciones.
Andrea, consciente de la gravedad de su pecado, hizo llamar a todas las personas ante las cuales había calumniado a Catalina y una vez que estuvieron reunidas en —75→ su presencia, confesó con lágrimas de profundo arrepentimiento el error que había cometido, engañada por la astucia de Satanás y proclamó a gritos la inocencia de la persona a quien tanto había ofendido, declarando que no sólo estaba limpia de todo pecado sino que era una santa llena del espíritu del Señor, asegurando que tenía pruebas de ello.
- Y como le pidiesen explicación de este aserto, respondió que ella jamás había sentido o comprendido lo que eran la dulzura y el consuelo del espíritu hasta que no vio a Catalina transfigurada y rodeada por una luz sobrenatural.
- Este testimonio sirvió para que aumentase la reputación de Catalina ante el pueblo, y el demonio, que había intentado mancharla, vio que por el contrario sus esfuerzos habían contribuido para glorificarla.
Nuestra santa permaneció tan calma en el triunfo como lo había estado en la prueba; prosiguió sus obras de caridad como si nada hubiese ocurrido, aplicándose al mismo tiempo a la contemplación humilde de su pequeñez y bajeza. El Todopoderoso había tomado a su cargo poner donde correspondía el honor de su sierva, pero el implacable enemigo del linaje humano, que aunque mil veces sea vencido, jamás es aniquilado, volvió a la carga y resolvió tentarla de nuevo.
Un día, cuando la sierva del Señor descubrió la úlcera para lavarla, el hedor proveniente de la misma le produjo intensa repulsión, que el enemigo de las almas se encargó de aumentar hasta hacerlo insoportable. La santa sintió terribles náuseas, cosa que disgustó en extremo a la misma, sobre todo ahora cuando por la gracia del Espíritu Santo acababa de conseguir una victoria tan grande sobre sí misma y sobre sus impulsos naturales.
Llena entonces de un santo odio hacia su cuerpo, exclamó: «-Ahora mismo vas a tragar eso que te inspira tanto horror». Inmediatamente reunió en una taza el agua con que había lavado la podredumbre que brotaba de la llaga, se retiró a un rincón y bebió el contenido hasta agotarlo.
- Recuerdo que un día, mientras en su presencia se hablaba de esto, ella me dijo en voz muy baja, para que no la oyesen los demás: «-Padre, le aseguro que en toda mi vida he bebido nada que tuviese un sabor tan dulce y agradable».
- Leyendo los escritos de fray Tomás, su primer confesor, encuentro algo parecido a esto.
La cosa ocurrió en una oportunidad en que aplicó los labios a una úlcera que igualmente exhalaba un hedor insoportable. Entonces Catalina aseguró que lo que percibía era un aroma delicioso. En la noche que siguió a la victoria anteriormente —76→ referida, se le apareció el Salvador mientras ella estaba entregada a la oración y le mostró las cinco llagas que recibió en la cruz cuando se sacrificó por la salvación del humano linaje.
- «-Amada -le dijo el Señor-, tú has sostenido por mí grandes combates, y con mi ayuda saliste victoriosa de ellos.
- Nunca has sido más querida por mí y nunca me has agradado tanto como con lo que hiciste ayer; eso, en particular, ha llenado mi corazón de amor hacia ti.
- No solamente despreciaste los placeres sensuales, desdeñaste la opinión de los hombres y venciste las tentaciones de Satanás, sino que derrotaste a tu propia naturaleza bebiendo con alegría por amor a mí ese horrible y repugnante brebaje.
Bien, puesto que tú realizaste un acto superior a las fuerzas de la naturaleza, yo te daré un licor que esté también por encima de la naturaleza». Y colocando la mano derecha sobre el cuello de Catalina, la acercó a la herida de su sagrado costado, diciéndole: «-Bebe, hija, este líquido que fluye de mi costado; él embriagará tu alma de dulzura y también sumirá en un mar de delicias tu cuerpo, que tanto has despreciado por amor a mí».
Colocada así Catalina junto a la fuente de la verdadera vida, aplicó sus labios a la sagrada llaga del Salvador. Su alma extrajo de allí un inefable y divino licor. Bebió largamente y con tanta avidez como abundancia. Por fin, cuando Nuestro Señor se lo indicó, separó los labios de la sagrada fuente, saciada pero todavía sedienta, porque aunque estaba satisfecha no se sentía harta, así como tampoco el deseo de beber más le producía dolor.
¡Oh, inefable misericordia del Señor, cuán deliciosas son tus mercedes para con aquellos a quienes amas! ¡Ay, Señor; quienes no las han experimentado jamás podrán comprenderlas! El ciego no puede juzgar acerca de la belleza de los colores, ni el sordo es capaz de comprender la armonía de la música.
Contemplamos y admiramos, en la medida que nos es dado, los grandes favores que acuerdas a tus santos y, aunque no alcanzamos a comprenderlos porque sobrepasan nuestra capacidad, damos gracias a tu Divina Majestad por ellos en la proporción que corresponde a nuestras fuerzas. Contempla, amado lector las maravillosas virtudes de Catalina.
Admira la intensidad de su amor al Señor que la inclina a realizar un acto tan repugnante a la humana naturaleza. Considera el celo por la gloria de Dios que la induce a obrar en contra de la vehemente protesta de sus sentidos. Observa el maravilloso coraje de la Santa que no se intimida ante la odiosa calumnia ni cede a la fea ingratitud de la desdichada enferma.
Admira a esa alma que deriva de Dios toda su fortaleza, a —77→ quien el elogio no consigue hacer soberbia y que obtiene sobre su cuerpo el triunfo final, obligándole a beber una cosa tan asquerosa e inmunda cuya sola vista haría estremecer de horror a cualquiera. Pero también debes considerar la recompensa.
Una vez que la santa hubo apagado su sed en el costado del Redentor, la gracia sobreabundó de tal manera en su alma, que sus efectos se hicieron sentir también sobre su cuerpo hasta el extremo de hacérsele imposible ingerir la escasa cantidad de alimentos que hasta entonces constituían su comida cotidiana.
- Acerca de este punto hablaré más extensamente después, porque ya es tiempo de que dé fin a este capítulo, que ya va resultando demasiado largo.
- 78→ Que trata de su manera de vivir y de los reproches que se le hicieron por su completa abstinencia El incomparable esposo de las almas había probado a su hija amada en el crisol de las grandes tribulaciones; la había enseñado a vencer al enemigo común en las más variadas formas de combate.
Sólo le restaba coronarla de una manera digna de su divina munificencia; pero las almas a quienes ella estaba destinada a socorrer durante su peregrinación por este mundo todavía no se habían aprovechado de sus virtudes tanto como el Salvador lo deseaba, y era preciso que Catalina permaneciese todavía en la tierra, si bien recibiendo en esta vida una parte de las recompensas que le tenía reservadas para la otra.
- Nuestro Señor, mediante una revelación, hizo conocer a su fiel sierva la vida celestial que viviría en este valle de lágrimas.
- Un día, mientras Catalina estaba orando en su habitación, se le apareció anunciándole la clase de nuevos milagros que iba a operar en ella.
- «-Has de saber, mi hija amada -le dijo-, que en adelante tu vida estará llena de prodigios tan grandes que los hombres ignorantes y sensuales se negarán a creerlos.
Aun muchas de las personas que están ligadas a ti por algún vínculo dudarán y temerán que seas víctima de alguna ilusión producida por el exceso de tu amor hacia mí. Yo infundiré en tu alma tal superabundancia de gracia que tu mismo cuerpo experimentará sus efectos en forma tal que en lo sucesivo vivirá en contradicción con las leyes naturales.
Tu corazón experimentará un ardor tan grande por la salvación de las almas que olvidarás tu sexo y las reservas que él impone; ya no temerás como antes la conversación de los hombres y te expondrás a toda especie de fatiga por el bien espiritual de tus prójimos; tu conducta escandalizará a muchos, que te perseguirán y hasta llegarán a acusarte públicamente.
No te alarmes ni sufras por ello, porque yo estaré siempre contigo y te haré triunfar sobre las lenguas maldicientes y sobre los labios que hablan con falsedad. Sigue por consiguiente —79→ la inspiración con que te iluminaré en cada caso; con tu cooperación sacaré a muchas almas de las fauces del infierno y las conduciré, mediante mi gracia, al reino de los cielos».
Catalina oyó estas palabras en varias veces seguidas, y cuando Dios le repetía: «-No temas; no te intranquilices por nada», ella contestaba: «-Tú eres mi Dios y yo no soy más que la hechura de tus manos; cúmplase tu voluntad, pero acuérdate de mí y no me niegues tu ayuda de acuerdo con la grandeza de tu misericordia».
La visión desapareció por fin y Catalina se quedó pensando en qué podría consistir el cambio que el Señor le había anunciado. Mientras tanto la gracia de Dios aumentaba en su alma y el espíritu del Todopoderoso era tan abundante dentro de ella que bien pudo cantar con el Profeta: «Por ti mi carne y mi corazón han desfallecido, oh, Dios de mi corazón y mi eterna herencia».
PS. LXXII, 26.) Por consiguiente, Dios le inspiró el pensamiento de recibir a su Divino Esposo lo más frecuentemente posible en la Sagrada Eucaristía, puesto que todavía no podía disfrutar de él en el reino de los cielos, y ella adoptó la costumbre de comulgar todos los días, excepto cuando se lo impedían sus dolencias o cuando tenía que dedicar el tiempo al cuidado y ayuda del prójimo.
Sus deseos por la comunión frecuente eran de una vehemencia tal que cuando no podía satisfacerlos sufría en forma tan violenta que parecía encontrarse en peligro de muerte. Su cuerpo, que participaba en las alegrías del espíritu, compartía con él las molestias que le ocasionaba la privación del sagrado pan.
- Acerca de este punto hablaremos extensamente más adelante cuando intentemos explicar su modo de vivir milagroso, según sus confesiones hechas al autor de este libro y también según lo que dejó escrito su primer confesor.
- Los favores y consolaciones celestiales inundaban de tal manera el alma de Catalina que también redundaban sobre su cuerpo.
Sus funciones vitales quedaron modificadas en forma tan maravillosa que ya los alimentos dejaron de ser necesarios y hasta su ingestión llegó a producirle intensos sufrimientos. Cuando se veía obligada a alimentarse, sentíase tan incómoda que la comida no pedía permanecer en su estómago, siendo imposible describir las molestias que esto le ocasionaba.
- Al principio, semejante estado pareció imposible a todos y de una manera particular a sus parientes a las personas que estaban más relacionadas con ella, hasta el extremo de que muchos llegaron a pensar que este don tan extraordinario del Cielo no era sino una de tantas artimañas —80→ de Satanás.
- Hasta el mismo confesor de la Santa le ordenó que tomase alimentos todos los días y que no diese crédito a las visiones que le ordenasen lo contrario.
En vano aseguró Catalina que se encontraba bien y se sentía fuerte cuando no ingería alimentos y por el contrario, enfermaba y experimentaba una sensación de debilidad extraordinaria cuando comía. Obstinadamente el confesor siguió ordenándole que comiese; ella, siempre obediente, cumplía la orden hasta donde le era posible, originándose de aquí un estado tal de postración que llegó a temerse seriamente por su vida.
Por fin, Catalina hizo llamar a su confesor y le dijo: «-Padre, si por el excesivo ayuno me vierais en peligro de muerte, ¿me prohibiríais ayunar para impedir que cometiese el pecado de suicidio? -Sin duda alguna -contestó el confesor. -Entonces -replicó la Santa- ¿no es el mismo pecado el exponerse a morir por tomar alimento? Si usted ve que estoy matándome a mí misma por alimentarme ¿por qué no me lo prohíbe lo mismo que me prohibiría ayunar si el ayuno me produjese idéntico resultado?».
Nada había que contestar a este razonamiento, y el confesor, que veía el peligro a que estaba expuesta, terminó por decirle: «-En lo sucesivo obre según la inspiración del Espíritu Santo, pues veo que Dios está realizando en usted cosas maravillosas».
- Catalina sufría mucho por parte de sus parientes y relaciones.
- Todos los que la rodeaban medían sus palabras y sus actos no de acuerdo con las normas de Dios sino juzgándolos con su propio criterio; estaba en el fondo del valle y no vacilaban en juzgar a quien se encontraba en las alturas de las montañas; ignoraban las causas y se metían a discutir los efectos; el brillo de la luz los cegaba impidiéndoles discernir los colores; se turbaban en forma irrazonable y cerraban los ojos ante la luz que irradiaba de una radiante estrella; tenían la pretensión de erigirse en maestros de aquella cuyas lecciones eran incapaces de comprender.
Eran la noche que reprochaba al día por su esplendor. Secretamente la acusaban, la calumniaban bajo la apariencia de celo y ponían en juego toda su influencia para obligar al confesor de la Santa a desviarla de su camino. Sería muy largo intentar describir las pruebas interiores y la angustia de Catalina.
Consagrada a la obediencia y al menosprecio de sí misma, no sabía cómo excusarse para no cumplir la voluntad de su confesor manifestada con órdenes perentorias que ella no tenía fuerza para resistir, y sin embargo estaba plenamente convencida de que la voluntad de Dios era opuesta a la de los hombres, pero con el temor de desagradarle, no se atrevía —81→ a desobedecer, sirviendo así de piedra de escándalo para el prójimo.
La oración era su refugio y a los benditos pies del Salvador derramaba lágrimas de melancólica esperanza, pidiendo humildemente que se dignase dar a conocer su voluntad a quienes se oponían a ella, y de una manera especial a su confesor, a quien temía ofender con su desobediencia.
- Ella no podía decirle lo que los apóstoles a los jefes de los sacerdotes: «Es mejor obedecer a Dios que a los hombres».
- ACT., v.29.) Habría recibido, si tal hubiese hecho, que el demonio suele transformarse en ángel de luz; que no debía confiar en su propia prudencia, sino dejarse guiar por los consejos de los demás.
El Señor escuchó a Catalina en esta ocasión como en muchas otras; iluminó a su confesor, y este cambió de parecer, pero esto no impidió que los demás siguiesen pensando mal de ella y equivocándose en sus juicios. Si los maldicientes hubiesen examinado con detención cómo había revelado a su Santa los artificios de Satanás, cómo le había enseñado la manera de combatir al enemigo del género humano y obtener sobre él gloriosas victorias; si se hubiesen detenido a considerar hasta qué alto grado había elevado el Señor el entendimiento de su esposa y qué razones tenía esta para decir con el Apóstol: «No estamos ignorantes de su maldad», non enim ignoramus astucias ejus (2 COR., 11), habrían guardado silencio y no se habrían atrevido, en la imperfección de sus conocimientos, a constituirse en maestros de quien se encontraba a inconmensurable altura por encima de ellos.
- Los arroyuelos no pueden cambiar el curso del río majestuoso.
- Yo he dicho frecuentemente esto mismo a los que censuraban a Catalina y lo repito aquí para que ciertas personas puedan sacar provecho de ello.
- Pero volvamos a nuestro asunto.
- La primera vez que ocurrieron estos hechos extraordinarios fue al principio de una cuaresma, y Catalina, con la ayuda de Dios permaneció hasta la fiesta de la Ascensión sin tomar ninguna clase de alimento corporal y sin que disminuyesen sus energías físicas ni su alegría de espíritu.
¿No son acaso los frutos del Espíritu Santo la caridad, la alegría, la paz? (GAL., v.22.) ¿No dijo la Eterna Verdad que «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que proviene de la boca del Señor» (SAN MAT., IV, 4) y «el justo vive por la fe»? (ROM., I, 17.) El día de la Ascensión estuvo en condiciones de comer, como ella lo había anunciado ya a su confesor.
Su alimento consistió ese día en pan y vegetales. Después recomenzó el ayuno y siguió observándolo casi continuamente, interrumpiéndolo tan sólo alguna que otra vez y con largos intervalos. —82→ Se acercaba tan frecuentemente como le era posible a la sagrada mesa, de donde derivaba siempre nuevas reservas de gracia.
Sus órganos corporales habían suspendido sus funciones, pero el Espíritu Santo, que vivía en ella, vivificaba simultáneamente el alma y el cuerpo, de manera que su existencia fue a partir de entonces sobrenatural y milagrosa. Yo he visto frecuentemente su débil cuerpo sometido a debilidad extrema.
Pero si el mismo instante en que todos creíamos que iba a expirar se ofrecía la oportunidad de hacer algo que redundase en la gloria de Dios, o el bien de las almas, no solamente retornaba a ella la vida sino que se la veía llena de energía caminar, obrar y hacer más que los que se encontraban en plena salud, y esto sin que aparentemente experimentase la menor fatiga.
¿Cómo explicar esto sino por la acción del Espíritu Santo que sostenía al mismo tiempo al alma y al cuerpo? Cuando Catalina empezó a vivir sin tomar alimento, su confesor le preguntó si sentía apetito alguna vez. «-Dios me satisface de tal manera con la Sagrada Eucaristía -contestó- que sería imposible para mí desear cualquier clase de alimento corporal».
- Y como el confesor le preguntase si sentía hambre por lo menos los días en que no comulgaba: «-La sola presencia de la Sagrada Eucaristía me satisface -contestó-.
- A veces me basta para ser feliz la vista de un sacerdote que acaba de decir misa».
- Catalina, pues, se abstenía por completo de toda clase de alimentos corporales y a pesar de ello se sentía satisfecha: estaba privada aparentemente de todo, pero su interior se nutría con abundancia; sufría la sed del cuerpo, pero su alma se inundaba con torrentes de agua viva.
Pero la antigua serpiente no podía soportar que la Santa fuese objeto de tales favores celestiales sin tratar de envenenarlos con su ponzoña. Con ocasión de su milagroso ayuno excitó contra ella a todos cuantos la conocían tanto seglares como religiosos.
No nos asombremos de encontrar aun entre los eclesiásticos a personas que se oponían a la Santa. Cuando el amor propio de estas personas no está completamente muerto, resulta a veces más peligroso que en las otras, especialmente cuando se trata de cosas que les resulta imposible comprender. Recordemos a este propósito la historia de los padres de la famosa Tebaida.
Uno de los discípulos de San Macario, vestido con ropas seglares, se presentó en un importante monasterio que estaba bajo la dirección de San Pacomio. Ante los insistentes ruegos del superior, ingresó en la comunidad, pero la austeridad —83→ de su vida así como sus extraordinarias penitencias aterraron de tal manera a los demás monjes que casi se insubordinaron contra San Pacomio, a quien dijeron que si no expulsaba inmediatamente aquel monje, ellos se irían del monasterio.
- Y ahora digo yo: Si hombres que estaban tan cerca de la santidad se condujeron de esta manera, no podemos esperar mucho de aquellos que no han avanzado tanto en el camino de la perfección.
- Todo el mundo murmuraba contra el ayuno de Cata lina.
- Algunos decían: -Nadie puede preciarse de ser más grande que Nuestro Señor, y sin embargo, él comía y bebía.
Su gloriosa madre procedió en la misma forma y lo mismo los apóstoles puesto que el Señor les recomendó que comiesen y bebiesen de lo que pudieran encontrar. «Edentes et bibentes quae apud illos sunt» (SAN LUCAS X, 7). ¿Quién puede tener la pretensión de ser más que ellos ni siquiera la de igualarlos? Otros decían que todos los santos habían enseñado con sus palabras y su ejemplo que no debemos singularizarnos en nuestra manera de vivir.
Había quienes acudían al principio de que «todo exceso es vicioso» y no faltaban algunos que respetaban las intenciones de Catalina pero agregaban que la santa era sin duda alguna víctima de alguna ilusión de Satanás. Otros, finalmente, más envenenados contra ella, la calumniaban en público diciendo que obraba así acuciada por la vanidad y por el deseo de que se hablase de ella; que todo era una impostura puesto que, aparentando ayunar, se alimentaba en secreto.
Si yo hubiese refutado estas habladurías, habría creído ofender a Dios con mi silencio. Por consiguiente, pedí tuviesen en cuenta los detractores que si la objeción basada en Nuestro Señor, la santísima Virgen y los apóstoles era justa, de ello se inferiría que San Juan Bautista había sido superior al mismo Jesús, puesto que de él se dice en el Evangelio que no comía ni bebía, mientras que el Señor comió y bebió.
SAN MAT. XI, 18.) De ahí se inferiría también que San Antonio, San Macario, San Hilario y San Serapión, y muchos otros eremitas, que ayunaron más que los apóstoles, fueron superiores a ellos. Podría objetarse que San Juan en el desierto y los ermitaños en la soledad no practicaban el ayuno absoluto, sino que comían de cuando en cuando; pero ¿qué podría decirse de Santa María Magdalena que permaneció durante treinta años en una gruta sin tomar ninguna clase de alimento, como se refiere en su historia y lo prueba el lugar donde pasó esa parte de su vida y que en aquel tiempo era inaccesible? Lo mismo podría decirse de otros santos que pasaban largas temporadas sin comer, recibiendo como único alimento la Sagrada Eucaristía —84→ los domingos.
Sepan quienes lo ignoran que la santidad no se mide por el ayuno, sino por el grado de caridad que otorga Dios a cada uno de sus elegidos. Sepan también que nadie puede ser juez en asuntos que no conoce, y, sobre todo, escuchen la voz del Verbo encarnado: «¿A quién diré que es semejante esta raza de hombres y a quién se parecen? Parécense a los muchachos sentados en la plaza que parlan con los de enfrente y les dicen: Os cantamos al son de la flauta y no habéis danzado; entonamos lamentaciones y no habéis llorado.
Vino Juan el Bautista que ni comía pan, ni bebía vino, y habéis dicho: está endemoniado. Ha venido el Hijo del hombre que come y bebe, y decís: He aquí un hombre voraz y bebedor» (SAN LUCAS VII, 31). Estas palabras del Salvador refutan ampliamente la objeción mencionada en primer término con respecto a Catalina.
Con respecto a la segunda, que es la de aquellos que rechazan los caminos extraordinarios por los que a veces conduce Dios a sus santos, diré que los elegidos por el Señor no adoptan esos caminos por impulso de su propia voluntad, sino que no hacen más que seguirlos con gratitud cuando Dios se digna indicárselos.
- De no hacerlo así menospreciarían su gracia, y cuando la Escritura dice que el justo no debe buscar lo que está encima de él, agrega: «Porque muchas cosas se te mostrarán que están por encima de la inteligencia de los hombres» (ECL.
- III, 25.) Es decir: No debes preocuparte por buscar cosas que están por encima de ti, pero en el caso de que Dios te las revele, dale las gracias por ello.
Esto ocurría en el caso de que estamos hablando, donde la intervención de Dios era manifiesta y nadie, por consiguiente, tenía derecho a aplicarle la regla general. La sierva del Señor lo ocultaba bajo el velo de su humildad cuando contestaba a quienes le preguntaban por qué no tomaba alimento: «-Dios, a causa de mis pecados, me ha castigado con esta enfermedad que me impide tomar alimento.
Yo deseo comer, pero me resulta imposible. Pedid a Dios, os lo ruego, que me perdone los pecados a causa de los cuales estoy sufriendo». Lo que es lo mismo que si dijese: -Dios es causante de esto; no yo-. Y así como para destruir hasta la apariencia de vanidad que pudiese haber en ello, lo atribuía todo a sus propios pecados.
Y al expresarse en esta forma, no estaba en contradicción con lo que pensaba, porque estaba convencida de que Dios permitía los falsos juicios de los hombres en castigo justo de sus faltas. Echaba sobre sí misma la culpa de lo que le ocurría y atribuía a Dios todo lo bueno que podía haber en ello.
- Tal fue su norma en todas las circunstancias de su vida.
- Lo que acabo de decir servirá de respuesta —85→ a aquellas personas que recomiendan evitar los extremos.
- Un extremo nunca es malo cuando es Dios quien lo indica, y por consiguiente, los hombres carecen de autoridad para criticarlo.
- En cuanto a los que pretenden que esto era una ilusión, yo les ruego que tengan a bien contestar a lo siguiente: ¿Si es cierto que hasta entonces Catalina había triunfado sobre todas las tentaciones y falacias del enemigo, podremos admitir que iba a ser vencida en un punto de tanta importancia? Pero admitamos esto, y pregunto de nuevo: ¿Quién le suministraba la fortaleza necesaria para mantener incólumes las energías de su cuerpo? Si contestamos que el mismo demonio podía hacerlo, ¿quién daba paz y alegría a su alma cuando estaba privada de toda confortación interior? Estos son los frutos del Espíritu Santo que el demonio jamás puede producir: «Los frutos del Espíritu Santo son caridad, alegría y paz» (EP.
GAL. v, 22.) y es imposible atribuirlos al enemigo de la salvación. ¿No podríamos, por el contrario, sospechar que quienes decían eso con respecto a Catalina, lo hacían influidos por el espíritu de las tinieblas? Si el demonio tenía poder para seducirla a ella que tan frecuentemente había destruido sus acechanzas, a ella cuyo cuerpo vivía y se sostenía de una manera sobrenatural, a ella cuyo espíritu disfrutaba continuamente de paz y de interna alegría, ¿no es mucho más lógico suponer que los seducidos fuesen aquellos que no poseían esas virtudes sobrenaturales? Es muy probable que si en esto había engaño, no fuese la engañada que en circunstancias anteriores había sido eficazmente protegida contra los ataques del padre de la mentira.
Finalmente, lo mejor es no contestar a tales calumniadores; sólo el desprecio merecen por parte de toda persona sensata. ¿Qué grado de virtud no son capaces de atacar? Otros que se parecían a estos calumniaron a nuestro Redentor.; ¿por qué no habían de difamar también los de ahora a su fiel servidora? Catalina, llena del espíritu de la prudencia y deseosa de imitar a su divino Maestro, recordaba que cuando San Pedro le pidió las dos dracmas para pagar el tributo, le demostró que él estaba exento; pero agregó: «-Pero para que no se escandalicen, ve al mar y tira el anzuelo, y coge el primer pez que saliere y abriéndole la boca, hallarás una pieza de plata de cuatro dracmas; tómala y dásela por mí y por ti».
(SAN MAT. XVI, 26.) Deseosa de acallar las murmuraciones, resolvió tomar asiento todos los días a la mesa familiar y hacer cuanto fuese posible de su parte para comer. Aunque nunca probaba la carne, ni huevos y apenas probaba el pan, lo poco que comía, —86→ o mejor dicho, intentaba comer, le producía tales sufrimientos que quienes la veían, por duro que tuviesen el corazón, se movían a lástima.
- Su estómago no podía digerir nada y rechazaba cuanto era introducido en él de cualquier naturaleza que fuese.
- Después sufría los más terribles dolores y todo su cuerpo se hinchaba aunque no ingiriese las hierbas que masticaba limitándose a tragar el jugo de las mismas.
- Entonces tomaba agua pura para refrescarse la boca, pero siempre se veía en la necesidad de devolver todo lo que había ingerido, y esto lo hacía con tanta dificultad que era necesario ayudarla por todos los medios posibles.
Como yo era frecuentemente testigo de sus sufrimientos, sentía intensa compasión por ella y terminé por aconsejarle que dejase hablar a la gente y se evitase semejantes torturas. Entonces ella me contestó «-¿No es mejor expiar mis pecados en el presente y no exponerme a ser castigada por toda la eternidad? El juicio de los hombres me es muy provechoso puesto que a causa de él puedo evitar dolores infinitos a cambio de estos que son transitorios; no; ciertamente, no debo hacer resistencia a la voluntad de Dios y rechazar la gran gracia que Él me acuerda ahora permitiéndome satisfacer en este mundo a su justicia».
- Estaba tan convencida de que lo que le ocurría era efecto de la justicia divina que dijo a sus compañeras: «-Venid a ver cómo se hace justicia a esta miserable pecadora».
- De esta manera las persecuciones de los hombres y todos los ataques de Satanás contribuían a su perfección.
- Un día que estábamos conversando acerca de las gracias que Dios otorga a sus elegidos, me dijo: «-Si supiésemos aprovechar las gracias que Dios nos concede, sacaríamos provecho espiritual de todo cuanto nos ocurre tanto en los acontecimientos que nos son favorables como en los adversos».
¡Ay! ¡Cuán gran provecho pude yo haber sacado de esta lección así como de muchas otras! Pero tú, lector, no me imites; medita sus enseñanzas y sigue su ejemplo. Pido al autor de todo bien que te ilumine y que a mí me conceda la gracia de imitar también a esta gran alma con coraje y perseverancia.
- Con esto doy por terminado el presente capítulo en el cual he escrito tan sólo lo que llegó a mí por intermedio de la misma Catalina y del confesor de ella que me precedió.
- 87→ De los maravillosos éxtasis de Catalina y de las grandes revelaciones que recibió de Dios Nuestro Señor, que había otorgado a su esposa una vida corporal tan extraordinaria, trató también a su espíritu de una manera maravillosa favoreciéndola con admirables consolaciones.
Su resistencia física fue sobrenatural y tuvo su origen en la abundancia de gracia que recibió. De aquí se sigue que habiendo hablado ya del prodigio de su existencia material sea conveniente mencionar también los milagros mediante los cuales fue enriquecida su alma.
Desde el momento en que esta santa virgen sació su sed en la herida del costado de nuestro Señor, la gracia reinó tan abundante y suprema en su alma, que ella estuvo sumergida, por así decirlo, en un continuo éxtasis. Su mente estaba tan constante e íntimamente unida a su Creador que la parte inferior de su cuerpo tenía por lo general en suspenso sus funciones.
Millares de veces hemos sido testigos de ello; hemos visto y tocado sus brazos y manos tan fuertemente contraídos que más fácil habría sido romperlos que hacerles cambiar de posición. Tenía los ojos completamente cerrados, sus oídos no percibían los sonidos por grandes que estos fuesen y todos sus demás sentidos corporales cesaban en su función natural.
Todo esto no debe sorprendernos si prestamos atención a lo que sigue. Dios comenzó desde esta época a manifestarse a su esposa no solamente cuando estaba sola, como antes, sino en público, cuando caminaba o cuando se encontraba en estado de reposo; y el fuego del amor que ardía en su corazón era tan grande que llegó a decir a su confesor que le era imposible encontrar palabras para expresar lo que sentía.
Un día, en el fervor de su oración, dijo con el profeta: «-Crea en mí, Señor, un corazón nuevo, etc.», y rogó a Dios que tuviese a bien sacarle el corazón y la voluntad. Parece ser que entonces su divino esposo se le presentó, abrió el costado izquierdo de la Santa, tomó su corazón y se lo arrancó.
A partir de ese momento dejó —88→ de sentirlo en el pecho. Esta visión fue extraordinaria y tan de acuerdo con la realidad que, cuando habló de ella a su confesor, le aseguró que no tenía corazón. El confesor se echó a reír al oírla y la reprendió por hacer una afirmación de esta naturaleza, pero ella insistió en lo que acababa de decir.
«-Realmente, Padre -afirmó-, a juzgar por lo que siento dentro de mí misma, me parece que no tengo corazón. El Señor se me apareció, abrió mi costado izquierdo, me sacó el corazón y se lo llevó». Y como insistiese el confesor en que era imposible vivir sin corazón, ella le contestó que para Dios no hay imposibles, afirmando de nuevo que ella no tenía corazón.
Algunos días más tarde se encontraba Catalina en la capilla de la iglesia de los frailes predicadores, donde solían reunirse las Hermanas de Penitencia. Habiendo quedado sola para proseguir sus oraciones, se disponía a volver a casa, cuando repentinamente se vio envuelta en una luz que venía del cielo y el Salvador se le apareció teniendo en sus sagradas manos un corazón intensamente rojo, del que brotaba un fuego radiante.
Hondamente impresionada por esta visión, se prosternó en el suelo. Entonces Nuestro Señor se acercó, le abrió el costado izquierdo y le colocó el corazón que llevaba en la mano, diciéndole: «-Hija, el otro día me llevé tu corazón; hoy te entrego el mío y de aquí en adelante lo tendrás para siempre».
- Dichas estas palabras le cerró el pecho, pero, como prueba del milagro, dejó en aquel lugar una cicatriz que sus compañeras me aseguraron más de una vez haber visto.
- Cuando yo la interrogué con respecto a este punto, ella me confesó que el incidente había ocurrido en realidad y que desde entonces había adoptado la siguiente manera de decir: «-Señor, te recomiendo mi corazón».
Cuando Catalina hubo conseguido ese corazón de una manera tan dulce y maravillosa, la abundancia de gracia que poseyó su alma hizo que sus actos externos fuesen más y más perfectos y que se multiplicasen las revelaciones divinas en su interior. Nunca se acercaba al altar sin ver alguna visión superior a los sentidos, especialmente cuando recibía la sagrada comunión.
Veía entonces con frecuencia en las manos del sacerdote a un infante recién nacido o a un joven de extraordinaria hermosura y muchas veces un horno de candente fuego en el que parecía penetrar el sacerdote al consumir la sagrada forma. Por lo general percibía un aroma tan delicioso y penetrante cuando comulgaba que estuvo más de una vez a punto de perder los sentidos.
En el momento de acercarse al altar se producía en su alma una inefable alegría y su corazón latía con tanta violencia —89→ que las personas que se encontraban cerca podían percibir sus latidos. Fray Tomás estaba advertido de esto, y como era su confesor, comprobó este detalle y lo dejó consignado en sus escritos.
El ruido producido por los latidos de su corazón no tenía parecido alguno con los sonidos que pudiera ocasionar un órgano, sino que era algo singular y completamente sobrenatural, obrando tan sólo por el poder del Creador. ¿No dijo acaso el Profeta: «Mi corazón y mi carne exultarán en el Señor»? Cor meum met caro mea exultabunt in Deum vivum (PS.
LXXIII, 3). El Profeta se refiere y menciona al Dios vivo, porque la agitación, el temblor que proviene de él purifica al hombre en lugar de producirle la muerte. Después del maravilloso cambio de corazones anteriormente mencionado, Catalina dio muestras de haber sufrido un cambio extraordinario.
- «-Padre -le dijo a su confesor-, ¿no se da usted cuenta de que ya no soy la misma? Estoy completamente cambiada.
- ¡Oh, si usted supiese lo que siento dentro de mí! Todo lo que yo experimento está fuera de la realidad y por consiguiente es incomprensible».
- Sin embargo trató de dar una idea acerca de ello.
«-Mi alma -dijo- está tan embriagada de delicias y alegrías, que estoy asombrada de que todavía permanezca en el cuerpo. Su ardor es tan grande que el fuego exterior no puede compararse con él y estoy convencida de que ese fuego me refrescaría. Y este ardor obra en mí tal renovación de pureza y de humildad que pienso haber vuelto a la edad de cuatro años.
El amor al prójimo ha aumentado en mí de tal modo que sería un gran placer para mí el morir por alguien». Esto se lo decía siempre en secreto a su confesor, ocultándoselo a los demás tanto como le era posible. Estas conversaciones confidenciales dan alguna luz con respecto a la superabundancia de gracia que el Señor derramó en el alma de su fiel servidora.
Si me fuese dado extenderme acerca de este punto, llenaría volúmenes; me limitaré a citar algunos hechos que prueban de manera más evidente la santidad de Catalina. Entre ellos no puedo pasar en silencio las admirables visiones que recibió del Cielo. Un día el Rey de Reyes y la Reina, su madre, la visitaron acompañados por Santa María Magdalena con el fin de consolarla en sus tribulaciones.
- Nuestro Señor le dijo: «-¿Qué quieres, qué elegirías, ser tuya o mía?».
- Catalina lloró y repuso humildemente como San Pedro: «-Señor, Tú sabes bien lo que quiero; Tú sabes que no tengo otra voluntad que la tuya y que tu corazón es mi corazón».
- Entonces le fue sugerido el pensamiento de que María Magdalena se entregó totalmente a Nuestro Señor cuando bañó sus sagrados pies —90→ con sus lágrimas, y como ella sintiese entonces la dulzura y el amor que la santa experimentó en aquella ocasión, sus ojos permanecieron fijos sobre los de ella.
Nuestro Señor, correspondiendo a sus deseos, le dijo entonces: «-Mi hija amada, te doy a María Magdalena en calidad de madre; puedes dirigirte a ella con toda seguridad; yo te dejo a su cargo de una manera especial». Catalina quedó llena de profunda gratitud y se encomendó fervorosamente a María Magdalena suplicándole con la mayor humildad que velase por su salvación, puesto que el Hijo de Dios la había dejado bajo su tutela.
- A partir de este momento tuvo una gran devoción hacia la santa y siempre la llamaba su madre.
- Me parece que en estas relaciones de Catalina con la Magdalena hay un significado especial que debemos tener en cuenta.
- Esta santa pasó treinta y tres años de su vida en la cueva de una roca sin tomar alimento y en continua contemplación; estos años representan la vida de Nuestro Señor sobre la Tierra.
Catalina, a partir de esta aparición hasta cumplir los treinta y un años, edad a la que murió, estuvo tan absorbida en la contemplación divina que no tenía necesidad de tomar alimento y vivió únicamente de las gracias que superabundaban en su alma. María Magdalena fue llevada siete veces cada día al Cielo por los ángeles y contempló los secretos de Dios.
- Catalina estuvo continuamente extasiada en la contemplación celestial y su cuerpo fue levantado de la tierra en presencia de multitud de testigos.
- Durante estos éxtasis vio cosas admirables y le fueron reveladas las verdades más sublimes.
- Yo la vi un día fuera de sus sentidos y la oí hablar en voz muy baja.
Me acerqué y escuché que decía en perfecto latín: «-Vidi arcana Dei», (He visto los secretos de Dios.) No agregó nada a esta frase, sino que prosiguió diciendo: «-He visto los secretos de Dios». Mucho tiempo después, cuando hubo vuelto al uso normal de los sentidos, todavía repitió las mismas palabras.
Yo quise saber por qué. «-Madre -le dije-, ¿por qué repite constantemente las mismas palabras y no nos explica su significado hablando de la manera corriente? -Me es imposible -contestó- decir algo más o decir eso mismo de otra manera. -Pero, ¿por qué? Usted suele decirme lo que Dios le revela aun cuando no se lo pregunte.
¿Por qué se niega pues a contestar ahora que se le ha preguntado? -Porque tendría que reprocharme el pecado de vanagloria -contestó ella- si intentase explicarle lo que he visto. Me parece que si intentase decirlo con mi lenguaje sería algo así como una blasfemia contra Dios y que lo deshonraría.
Hay una distancia tan grande entre —91→ lo que mi espíritu ha contemplado y lo que yo pudiera decir que yo obraría como una falsificadora al intentar expresarlo. Por consiguiente no intentaré describirlo. Lo único que puedo decir es que eran cosas inefables». Era, a mi manera de ver, una cosa muy natural que la Divina Providencia hubiese querido unir a Catalina con María Magdalena con los lazos de madre e hija, porque ambas se parecían en sus abstinencias, en su amor y en sus contemplaciones.
Cuando Catalina hablaba de este favor, solía decir que una pecadora había sido entregada en calidad de hija a una santa que antes había pecado, con el fin de que la madre, recordando la fragilidad de la humana naturaleza, y la infinita misericordia de Dios, sintiese mayor compasión por su hija y obtuviese su perdón.
El Hermano Tomás, su primer confesor, refiere en los apuntes que dejó acerca de esta visión, que le parecía a la Santa que su corazón había penetrado en el costado del Señor para unirse y fundirse en el corazón de él. Sentía que su alma se disolvía en las llamas de su amor y exclamaba para sus adentros: «-¡Dios mío, has herido mi corazón! ¡Dios mío, has herido mi corazón!».
Fray Tomás dice que esta aparición tuvo lugar en el año de 1370 en la fiesta de Santa Margarita virgen y mártir. El mismo año, al día siguiente, que es San Lorenzo, su confesor, temeroso de que los sacerdotes que estaban celebrando la santa misa se distrajesen al oír sus sollozos y suspiros, le recomendó que tratase de dominarse cuando estuviese cerca del altar.
La obediente Catalina permaneció apartada pidiendo a Dios hiciese conocer a su confesor la dificultad que tenía de ocultar esas manifestaciones externas del amor de Dios. El confesor declaró que sus ruegos habían sido tan bien escuchados que él en lo sucesivo jamás volvió a hacerle semejante recomendación.
Yo quiero pensar que esto fue debido a la humildad de él así como al haberse convencido por una feliz experiencia lo imposible que es reprimirse cuando el alma está entregada a semejantes transportes. Catalina, que en ese momento se encontraba lejos del altar, experimentó ardientes deseos de recibir la sagrada comunión; su corazón gritaba muy alto si bien sus labios le decían en voz baja: «-¡Cuántos deseos tengo de recibir el cuerpo de mi divino Salvador!».
Para satisfacer este deseo se le apareció Nuestro Señor, y acercándose a ella, permitió que aplicase su boca a la herida de su sagrado costado, facilitándole así que saciase el deseo de recibir su cuerpo y su sangre divinos. Catalina aspiró en la sagrada fuente y bebió a grandes tragos y la dulzura que experimentó su espíritu fue tan grande que creyó —92→ estar a punto de morir.
Como su confesor le preguntase qué era lo que sentía en esos instantes, ella le contestó que le sería imposible dar una idea acerca de ello en forma tal que él pudiese comprenderlo. El mismo año, en la fiesta de San Alejo, le ocurrió también una cosa maravillosa.
Mientras se encontraban orando en la noche que precede a dicha festividad, suspiró interiormente por recibir la sagrada comunión, revelándosele entonces que la recibiría al día siguiente. Es de advertir que frecuentemente se veía privada de este favor debido a la negligencia de las personas que por aquel entonces dirigían la Congregación.
Tan pronto como recibió esta promesa, pidió al Señor que tuviese a bien purificar su alma para hacerla más digna de recibir un sacramento tan grande. Inmediatamente sintió que descendía sobre su espíritu una a manera de sangre mezclada con fuego y que esta lluvia lavaba su alma de una manera tan completa que penetraba hasta su cuerpo y que barría no solamente las manchas sino hasta el mismo principio del mal.
- Cuando llegó el amanecer, la enfermedad que sufría se agravó en tal forma que nadie pensó pudiera estar en condiciones para levantarse y dar un solo paso.
- Pero Catalina, recordando lo que le fue prometido, depositó su confianza en Dios, se levantó y dirigió sus pasos a la iglesia con gran asombro de cuantos la vieron.
Cuando llegó al templo y ocupó su lugar en la capilla ubicada al lado del altar, recordó que sus superiores no le permitían recibir la comunión indiscriminadamente sino tan sólo de manos de aquellos que podían celebrar la misa. Entonces deseó que llegase su confesor para celebrar el santo sacrificio en el altar ante el cual se encontraba ella orando.
Entonces Dios le demostró lo grato que le era satisfacer los deseos de su sierva. Su confesor dejó consignado en sus escritos que aquel día no tenía intención de celebrar misa y que ignoraba por completo la llegada de Catalina a la iglesia; pero que de pronto la gracia tocó en su corazón inspirándole una atracción tan grande hacia los santos misterios, que se levantó sin tardanza y fue a celebrar la misa al altar donde estaba la Santa, a pesar de que no era este donde solía él hacerlo.
Una vez aquí se encontró con su hija espiritual, quien le pidió la sagrada comunión, comprendiendo entonces él que había sido instrumento de la divina Providencia. Cuando Catalina avanzó hacia el altar tenía el rostro enrojecido, brillante y bañado en lágrimas, recibiendo la santa comunión con un fervor tal que conmovió profundamente a su confesor llenándole de admiración.
Ella, —93→ una vez recibida la hostia santa, quedó totalmente absorta en Dios, perdida en la embriaguez de las comunicaciones celestiales, y así estuvo todo el día, aun después de haber recuperado el uso de sus sentidos. A la mañana siguiente el confesor le preguntó qué le había ocurrido al recibir la comunión pues tenía la cara tan encendida.
A lo que ella contestó: «-Padre, no sé de qué color tenía la cara, pero le aseguro a usted que en el momento en que estoy recibiendo la sagrada Eucaristía, mis sentidos no disciernen nada material; pero mi alma contempla una belleza tan grande y siente una dulzura tan intensa, que no encuentro expresiones con qué describirlo.
- Lo que contemplo entonces me atrae en tal forma que las cosas de la tierra me parecen polvo y vacío, y esto no sólo con respecto a las riquezas y a los placeres sensuales, sino también a las alegrías de la mente y el corazón.
- He pedido a Dios que me prive de eso por completo a fin de estar en mejores condiciones de poseerle a él y agradarle.
He pedido a Dios que me quite mi voluntad y me dé la suya, y misericordiosamente escuchó mi oración, porque me contestó así: «Hija mía queridísima, yo te doy mi voluntad y la prueba de esto será que ningún acontecimiento exterior podrá turbar tu espíritu».
- Esta promesa de Dios se cumplió, pues cuantos la conocieron están acordes en atestiguar que a partir de ese instante Catalina estuvo siempre satisfecha cuales quiera fuesen las circunstancias que la rodeasen, aun las más adversas y contradictorias.
- En esta ocasión dijo Catalina a su confesor: «-Padre, ¿sabe usted lo que hizo hoy Nuestro Señor en mi alma? Se condujo como una tierna madre con su hijito muy amado.
La madre extiende los brazos a corta distancia de él como para excitar su deseo, y cuando el niño ha llorado unos instantes, sonríe, le alza, le estrecha en sus brazos apretándolo dulcemente contra su corazón y luego satisface la sed que tiene de alimentarse en su pecho.
Nuestro bendito Señor hizo lo mismo conmigo; me mostró a distancia la herida de su costado y el deseo que se despertó en mí de poner allí mis labios me produjo abundantes lágrimas. Él se rió durante unos instantes de mi angustia; luego se acercó a mí, tomó mi alma en sus brazos y colocó mi boca en su sagrada herida.
Entonces le fue dado a mi alma satisfacer sus deseos, introducirse en su pecho y gozar allí de delicias celestiales. ¡Oh! Si usted pudiese comprender esto, quedaría asombrado de que mi corazón no hubiese quedado consumido de amor y que yo siguiese viviendo después de haber experimentado semejantes ardores santos».
- El mismo año, el 18 de agosto, Dios manifestó nuevamente —94→ su poder en Catalina.
- Comulgó la Santa por la mañana, y en el momento en que el sacerdote teniendo en la mano la sagrada Hostia decía las palabras rituales: «Señor, no soy digno, etc.», ella oyó una voz que contestaba: «Y yo, yo soy digno de entrar dentro de ti».
Cuando hubo recibido la sagrada comunión, le pareció que así como el pez cuando está en el agua, es penetrado por esa misma agua, su alma estaba en Dios y Dios estaba en su alma. Estaba tan absorbida por su Creador, que apenas pudo caminar para entrar en su celda.
Una vez que estuvo en ella, se tiró sobre las tablas que le servían de lecho y permaneció allí largo tiempo sin movimiento. Luego su cuerpo se elevó en el aire y así estuvo sin ninguna clase de sostén. Tres personas, cuyos nombres daré, fueron testigos de este prodigio y han afirmado haberlo visto. Al cabo de un largo rato, el cuerpo descendió de nuevo hasta tocar la cama y entonces ella empezó a decir en voz baja cosas tan dulces y admirables que sus compañeras, al oírlas, no pudieron contener las lágrimas.
Luego oró por varias personas, entre las cuales figuraba su confesor, que en aquel instante se encontraba en la iglesia de los frailes predicadores y no pensaba en nada que pudiese producir en él un fervor tan extraordinario como el que sintió entonces.
Según él mismo escribió, en aquel momento no estaba dispuesto para experimentar una devoción sensible. Pero, repentinamente, mientras estaba orando, se efectuó en su alma un cambio maravilloso, quedando envuelto en una oleada de fervor tan extraordinario que no recordaba haber sentido jamás nada semejante, lo que le hizo pensar de dónde podría venirle una gracia tan grande.
Mientras estaba en estas reflexiones, una de las compañeras de Catalina fue por casualidad a hablarle, y le dijo: «Padre, a tal hora Catalina oró fervorosamente por usted». Entonces el confesor comprendió por qué a esa misma hora había él sentido un fervor semejante.
Pidió entonces a la persona que le hablaba le informase más detenidamente y esta le dijo que en su oración hecha por él y por otras personas, Catalina había pedido a Dios la eterna salvación de las mismas y que su pedido fue tan insistente que terminó por extender la mano diciendo: «Prométeme, Señor, que se la concederás».
Y mientras aún tenía la mano extendida dio muestras de experimentar un gran dolor que la obligó a exclamar dando un suspiro: «¡Alabado sea Nuestro Señor Jesucristo!». Esta exclamación era frecuente en ella cuando experimentaba algún gran dolor. Su confesor fue a visitarla y le pidió que le contase —95→ la visión que había tenido.
Catalina se vio en la obligación de obedecer, y después de haber contado lo que se ha referido anteriormente, agregó: «Cuando rogué por la eterna salvación de usted, Dios me prometió, pero yo quería tener una señal de que había sido otorgada mi petición y entonces le dije: ‘-Señor, dame una señal de que lo harás’, y él me contestó: ‘-Extiende la mano’.
Yo la extendí; él tomó un clavo y colocando la punta en el medio de mi mano, apretó con tanta fuerza, que me pareció sentir la mano traspasada; el dolor que experimenté fue, a mi parecer, tan grande como si me hubiesen clavado en la mano el clavo mediante un martillo.
Desde ese momento, a Dios sean dadas gracias, tengo su sagrado estigma en mi mano derecha. Nadie lo ve, pero yo lo siento y me produce continuamente un gran dolor». A continuación voy a referir algo que ocurrió mucho tiempo después en la ciudad de Pisa, y esto en mi presencia. Cuando Catalina fue a este lugar, la acompañaron varias personas, yo entre ellas.
Ella recibió hospitalidad en la casa de un vecino del mismo situada cerca de la iglesita de Santa Cristina. Un domingo celebré yo allí la santa misa y le di la sagrada comunión. Catalina permaneció durante mucho tiempo en éxtasis, según solía; nosotros esperamos hasta que hubo recobrado el conocimiento con el fin de recibir de allá algún consuelo espiritual.
- De pronto vimos que su cuerpo que estaba postrado en el suelo, se elevaba un poco, se arrodillaba y extendía las manos y los brazos.
- Tenía el rostro encendido y permaneció mucho tiempo inmóvil y con los ojos cerrados.
- Luego, como si hubiese recibido una herida mortal, vimos que caía al suelo y adoptaba la postura que tenía antes, permaneciendo así hasta que recobró el uso de los sentidos.
Entonces me llamó y me dijo en voz baja: «-Padre, le anuncio que por la merced de Nuestro Señor, yo llevaré en mi cuerpo sus sagrados estigmas». Yo le contesté que sospechaba algo extraordinario después de haber visto lo que había ocurrido durante su éxtasis, y le pregunté qué le había hecho Nuestro Señor.
«-Vi -me contestó ella- a nuestro Salvador crucificado que descendía sobre mí envuelto en una gran luz; el esfuerzo que hizo mi espíritu para ir a su encuentro fue lo que hizo que mi cuerpo se levantase del suelo. Luego, procedentes de las cinco aberturas de las heridas de Nuestro Señor vi que se dirigían hacia mí otros tantos rayos color de sangre, los cuales avanzaron hacia mis pies, mis manos y mi corazón.
Yo comprendí el misterio y exclamé: -¡Ah! Señor, mi Dios, te ruego que estas cicatrices —96→ no aparezcan exteriormente en mi cuerpo. Mientras yo estaba hablando, los rayos sangrientos se hicieron brillantes, adquiriendo el aspecto de luz, llegando en esa forma hasta las mencionadas partes de mi cuerpo».
Entonces yo le pregunté: «-Y uno de esos rayos de luz ¿no llegó hasta su costado derecho?». Ella me contestó: «-No; hasta el izquierdo y directamente encima de mi corazón. La línea luminosa que emanaba del costado derecho del Señor no llegó hasta mí de una manera oblicua sino directa». «-¿Siente usted -interrogué de nuevo- un dolor agudo en cada uno de esos lugares?».
Ella me contestó lanzando un profundo suspiro: «Siento en esos lugares y sobre todo en el corazón dolores tan violentos, que me parece no podría vivir en este estado a no ser por un nuevo milagro del Señor». Estas palabras me llenaron de angustia y traté de ver si exteriormente se notaban en ella signos de estos dolores.
Cuando Catalina hubo terminado de hacerme las confidencias anteriormente consignadas, salimos de la capilla con el fin de dirigirnos a la casa donde ella habitaba. Apenas llegamos se retiró a su habitación donde ella cayó sin sentido. Todos nos reunimos a su alrededor y viéndola en tal estado lloramos por miedo de perder a una persona a quien tanto amábamos en el Señor.
Nosotros habíamos presenciado con frecuencia los éxtasis que la privaban del uso de los sentidos y que también pesaban sobre su cuerpo, pero jamás la habíamos visto sometida a una suspensión tan completa de sus fuerzas vitales. Un poco después volvía en sí, y entonces me repitió estar segura de que si Dios no venía en su ayuda, moriría pronto.
- Yo reuní inmediatamente a sus hijos espirituales y les pedí con lágrimas que uniesen sus oraciones para que Dios nos conservase algún tiempo más a nuestra amada madre y maestra y que no nos dejase huérfanos en medio de las tempestades del mundo antes de encontrarnos bien fortalecidos por la virtud.
- Todos prometieron hacerlo; fueron adonde estaba ella y deshechos en lágrimas, le dijeron: «-Madre, nosotros sabemos que languideces por la presencia de tu esposo.
Pero tu recompensa está asegurada. Ten compasión de nosotros, que somos todavía demasiado débiles para ser abandonados al furor de las olas. Sabemos que tu amado esposo nada niega al fervor de tus plegarias y te rogamos le pidas que no nos prive de tu presencia, porque podemos perdernos si cesas de conducirnos.
Sabemos que no merecemos ser oídos, pero tú que tan ardientemente deseas nuestra salvación obtén para nosotros lo que nosotros no podemos obtener». Ella contestó a nuestras —97→ lágrimas y lamentaciones: «-Hace ya mucho tiempo que he renunciado a mi voluntad propia y que no quiero ni para mí ni para los demás sino lo que quiere Dios.
Yo deseo con toda mi alma vuestra salvación, pero sé que Él que es la salvación puede asegurárosla mejor que ninguna criatura de este mundo. Por consiguiente, dejad que se cumpla su voluntad en esta como en todas las cosas. Sin embargo, le pediré que haga lo que mejor sea».
Al oír estas palabras quedamos sumidos en la más profunda aflicción, pero Dios Todopoderoso tuvo en cuenta nuestras lágrimas, pues al día siguiente Catalina me hizo llamar para decirme «-Parece que el Señor está dispuesto a atender vuestro pedido». Todo ocurrió como ella había dicho. Al día siguiente, que era domingo, después de haber recibido la sagrada comunión, Catalina cayó en éxtasis lo mismo que el domingo anterior, pero su cuerpo, en lugar de parecer deprimido bajo la acción divina, dio muestras de recuperar nuevo vigor.
Sus compañeras quedaron asombradas al ver que no sufría tanto como en los otros éxtasis; todo lo contrario; pareció revivir y recobrar las energías perdidas. Entonces les dije que esperaba de acuerdo con la promesa hecha el día anterior por la Santa, que nuestras oraciones para que Dios la conservase entre nosotros hubiesen sido escuchadas por el Señor.
- Ella ardía en deseos de reunirse con su esposo, pero era necesario que volviese sobre sus pasos a fin de no abandonarnos a nosotros en nuestra miseria.
- En efecto, cuando Catalina se recobró de su éxtasis, estaba tan fuerte que ninguno de nosotros dudó de que nuestras oraciones habían sido escuchadas favorablemente.
¡Oh, padre de las mercedes! ¡Qué no harías Tú por tu fiel servidora y por tus amados hijos si tan compasivamente te conduces con aquellos que te han ofendido! Y para estar más seguro de que no eran vanas nuestras conjeturas, le dije: «-Madre, ¿continúas sufriendo los mismos dolores en las heridas que recibiste?».
- Entonces ella me contestó «-El Señor ha oído vuestras plegarias con gran sentimiento de mi alma.
- No solamente no me causan dolor mis heridas, sino que me sostienen y fortifican.
- Siento que lo que antes me debilitaba, ahora me da fuerzas».
- He referido esto con tantos detalles para relacionarlo con otros favores celestiales recibidos por esta santa alma y agrego que los pecadores que oran por su salvación son escuchados por Aquel que desea en su amor la salvación del mundo entero.
Si fuese a dar cuenta de todos los éxtasis de Catalina, —98→ el tiempo me faltaría antes que los materiales. Por consiguiente paso por alto la mayoría de ellos para referir solamente uno de ellos que por las circunstancias en que tuvo lugar sobrepasa a todos los demás, y con el cual daré fin a este capítulo.
- Existen cuatro libros escritos por Fray Tomás el confesor de la santa, enteramente llenos con sus admirables visiones y con las revelaciones más sublimes.
- Unas veces Nuestro Señor introducía el alma de Catalina en la herida de su costado y la iniciaba en los misterios de la adorable Trinidad; otras, su gloriosa Madre le daba a beber de su pecho virginal inundándola de inefables delicias; en ocasiones, María Magdalena venía a conversar familiarmente con ella y le refería las divinas comunicaciones que recibió por siete veces en el desierto.
En más de una oportunidad vinieron los tres juntos a visitarla impartiendo a su alma inexpresable consuelo. También la tuvieron muy en cuenta otros santos, en particular San Pablo, cuyo nombre nunca oía ella pronunciar sin evidente agrado. Otras, era San Juan el Evangelista, a veces Santo Domingo, con frecuencia Santo Tomás de Aquino y más aun Santa Inés de Monte Pulciano, cuya vida escribí yo hace veinticinco años.
Se le había revelado a Catalina que esta santa sería su compañera en el Paraíso, como a continuación veremos. Catalina tuvo un éxtasis el día de la Conversión de esta bienaventurada, y su espíritu se absorbió tanto en la contemplación de las cosas celestiales que su cuerpo permaneció insensible durante tres días y tres noches.
Las personas que estaban presentes creyeron que estaba muerta o a punto de morir, mientras que otras, mejor informadas, creyeron que había sido llevada al tercer cielo, como el apóstol San Pablo. Cuando el éxtasis hubo terminado, su alma quedó tan llena con el recuerdo de lo que había visto, que retornó con dificultad a las cosas de la tierra y permaneció sumida en una especie de sopor o ebriedad de la que le era difícil salir.
- Mientras tanto, Fray Tomás, su confesor, y Fray Donato de Florencia habían resuelto hacer una visita a cierto venerable monje de la orden de los Ermitaños, el cual residía en el campo.
- Primero fueron a ver a Catalina, la cual se encontraba todavía en la mencionada somnolencia y embriagada con el espíritu de Dios.
Para despertarla le dijeron: «-Vamos a visitar al ermitaño que vive en estos alrededores, ¿quieres acompañarnos?». Catalina, a quien gustaban estas peregrinaciones, dijo que sí, pero apenas había pronunciado esta palabra, se arrepintió de ella, como si hubiese dicho una mentira.
- El dolor que experimentó entonces le devolvió por —99→ completo el uso de los sentidos y estuvo llorando esta falta tantos días y noches como había permanecido en éxtasis.
- «-¡Oh, la más malvada y culpable de las mujeres! -se dijo a sí misma-.
- ¿Es así como agradeces las gracias que Dios en su infinita bondad te ha concedido? ¿Es así como aprovechas las verdades que has aprendido del Cielo? ¿Recibes las sublimes enseñanzas celestiales para mentir cuando vuelves a la tierra? Tú sabías muy bien que no tenías intención de acompañar a esos religiosos y sin embargo les contestaste que sí.
Has dicho una falsedad a tu confesor y a tus hermanos en el Señor, lo que todavía agrava tu pecado. Catalina permaneció sin comer ni beber todo el tiempo que duró el éxtasis. Permítame el lector que haga resaltar aquí «cuán admirables son los caminos del Señor y cuán dignos son de alabanza».
- Con el fin de que la sublimidad de sus revelaciones no la indujesen a caer en un pensamiento de orgullo, Dios permitió que Catalina tropezase en esta ligera mentira, que en realidad no lo fue pues no tuvo intención de engañar.
- La humillación que esto le produjo le sirvió para que fuese más vigilante con el tesoro que se le había confiado y que su cuerpo, que por decirlo de alguna manera, había sido oprimido por la inteligencia, fuese restaurado a su modo de ser natural a causa del abatimiento en que cayó el alma.
Aunque la alegría del espíritu se hace sensible también en el cuerpo a causa de la íntima unión existente entre ambos, las delicias del tercer cielo, esto es, la contemplación de la divinidad, priva al cuerpo de su vida propia y es necesario un nuevo milagro para preservarlo de la muerte.
Es cierto que el acto de entender no exige otro esfuerzo por parte del cuerpo que la representación de un objeto inmaterial; pero este objeto se presenta a la mente de una manera sobrenatural mediante el esfuerzo omnipotente de la gracia y su comprensión llega a la plenitud con un deseo tan grande de unirse a Dios que el alma abandona el cuerpo al que hasta ese instante ha estado adherida.
A veces el Dispensador de todo bien eleva la inteligencia que ha creado mostrándole su luz; otras la humilla permitiéndole alguna pequeña caída para ponerle de manifiesto la grandeza del Omnipotente y su propia pequeñez. Así la sostiene en un feliz término medio que la conduce a través de las tormentas de este mundo hasta el puerto bendito de la eternidad, porque «la virtud se perfecciona con la debilidad» (1 COR., XV, 9); y también: Ne magnitudo revelationum extollat me, datus est mihi stimulus carnis meae (1 COR., XVI, 7).
Volviendo a nuestro asunto, Catalina no reveló jamás a nadie, ni siquiera a su confesor, como era corriente en —100→ ella, lo que vio en este éxtasis porque según ella me dijo después a mí, no encontraba expresiones adecuadas para dar a conocer cosas que, según San Pablo, no le es permitido al hombre contar, pero el fervor de su corazón, la continuidad de sus plegarias, la eficiencia de sus enseñanzas probaron con harta evidencia que había contemplado secretos celestiales que nadie podría comprender sin verlos.
Por esa misma época dijo a su confesor, quien lo consignó por escrito, que se le había aparecido el apóstol San Pablo para recomendarle que se aplicase cuanto le fuese posible a la meditación. En la víspera de la festividad de Santo Domingo, mientras se encontraba orando en la iglesia, recibió grandes revelaciones referentes a Santo Domingo y a algunos santos de su Orden.
Estas revelaciones o visiones fueron tan nítidas que todavía pensaba estar viéndolas cuando se las relató a su confesor. Ese día, a la hora de vísperas, mientras estaba la Santa recibiendo esas revelaciones, Fray Bartolomé de Santo Domingo, natural de Sena, entró por casualidad en la iglesia. Actualmente es doctor en Teología y entonces era amigo del confesor de Catalina; esta tenía mucha confianza en él y lo llamaba para que la confesase cuando estaba ausente el otro.
Pues bien, ella tuvo noticia de su llegada a la iglesia más por un acto de la mente que por haberlo percibido con los sentidos corporales, e inmediatamente fue adonde estaba y le dijo que tenía algunas cosas que manifestarle. Una vez que ambos estuvieron en un lugar apartado, Catalina le relató lo que Dios le había comunicado con respecto a Santo Domingo.
En este momento -le dijo- estoy viendo a Santo Domingo más clara y distintamente que le veo a usted. Mientras estaba conversando acerca de este asunto, un hermano de Catalina que también se llamaba Bartolomé, acertó a pasar por allí; el ruido que hizo al pasar atrajo un instante la atención de la Santa, quien apenas volvió los ojos, pero lo suficiente para reconocerlo.
Inmediatamente volvió a tomar su posición anterior, pero los sollozos la impidieron seguir hablando. El religioso esperó algún tiempo, pero al ver que permanecía callada, insistió para que prosiguiese. Al cabo de un intervalo incómodo, Catalina prorrumpió en estas entrecortadas frases: «-¡Ay! ¡Qué malvada soy! ¿Quién tomará venganza en mí por mis iniquidades? ¿Quién me castigará por mis enormes pecados?».
Y como Fray Bartolomé le preguntase qué pecados eran esos, ella contestó: «-¿No lo ha visto usted? En el momento en que Dios me mostraba sus maravillas, yo volví la cabeza para —101→ mirar a una persona que pasaba. -Pero -dijo el religioso- fue por tan poco tiempo que yo apenas me di cuenta de ello. -Si usted supiese -replicó Catalina- los reproches que me ha hecho la Santísima Virgen, me ayudaría a llorar mi falta».
Ya no habló más de sus visiones; lloró hasta que se confesó y cuando se retiró a su casa todavía estaba llorando. San Pablo se le apareció después, según manifestó ella a su confesor, y la reprendió con severidad por haber vuelto la cabeza. Después declaró que prefería ser confundida delante del mundo entero a experimentar de nuevo la vergüenza que le produjo la reprensión de San Pablo.
Ella misma dijo a su confesor a este respecto: «-Imaginemos lo que será sufrir los reproches del Salvador en el día del Juicio Final si la desaprobación del Santo Apóstol me produjo una vergüenza tan grande». Agregó que habría muerto entonces de vergüenza si en el mismo instante en que recibía el reproche de San Pablo no hubiese visto un corderito que irradiaba una luz suavísima.
Esta imperfección permitida por Dios sirvió para hacerla más humilde y más prudente para conservar las gracias que le otorgaba continuamente el Señor. He citado estos dos hechos antes de dar fin al presente capítulo porque creo que son muy a propósito para enseñar la humildad tanto a los perfectos como a los imperfectos.
- Santo Domingo me llamó para que ingresase en su orden de una manera milagrosa.
- Reconozco que no era digno de ello; pero sería un hijo ingrato si dejase pasar en silencio un hecho que redunda en la gloria de mi bendito padre y de aquí que trate de relatar la revelación que tuvo Catalina con respecto a él.
Fray Bartolomé, de que acabo de hablar y que actualmente está conmigo me lo ha referido exactamente como ella me lo contó el mismo día en que tuvo lugar. Catalina me aseguró que había visto al Padre Eterno produciendo de su boca a su hijo coeterno tal como fue cuando se revistió con la naturaleza humana.
- Y mientras ella estaba contemplando esto, vio al bienaventurado patriarca saliendo del pecho del Padre todo resplandeciente y al mismo tiempo oyó la voz del Señor que le decía: «-Mi hija amada, yo he producido a estos dos hijos, al uno por naturaleza y al otro por dulce y tierna adopción».
- Y como Catalina quedase asombrada ante una comparación tan elevada que igualaba en cierta forma a un simple santo con Jesucristo, el que había proferido tan sorprendentes palabras, se las explicó agregando: «-Mi HIJO, engendrado por naturaleza desde toda la eternidad, cuando asumió la humana naturaleza me obedeció —102→ en todas las cosas perfectamente hasta la muerte.
Domingo, mi hijo por adopción, desde su nacimiento hasta el último instante de su vida siguió mi voluntad en todas las cosas. Jamás transgredió uno solo de mis mandamientos, nunca perdió la virginidad tanto de cuerpo como de alma y siempre perseveró en la gracia recibida en el bautismo.
- Mi HIJO por naturaleza, que es el VERBO eterno salido de mi boca, predicó públicamente al mundo entero lo que yo le encargué que dijese y dio testimonio de la verdad, como él mismo dijo delante de Pilato.
- Mi hijo por adopción Domingo también predicó delante del mundo la verdad de mis palabras; habló tanto a los herejes como a los católicos no solamente por sí mismo sino por intermedio de otros.
Su predicación continúa en sus sucesores; él todavía predica y predicará siempre. Mi HIJO por naturaleza envió a sus discípulos; mi hijo por adopción envió a sus religiosos. Mi HIJO por naturaleza es mi VERBO; mi hijo por adopción es el heraldo, el ministro de mi VERBO.
Por consiguiente yo le he dado una comprensión particular de mis palabras, comprensión que él ha comunicado a sus religiosos. Mi HIJO por naturaleza lo hizo todo con el fin de propender con su ejemplo y sus enseñanzas a la salvación de las almas; Domingo, mi hijo por adopción puso todo su empeño en arrancar a las almas del vicio y del error.
La salvación del prójimo fue su primordial pensamiento al fundar su orden. De aquí el que yo le haya comparado con mi HIJO natural, cuya vida él imitó, y tú bien puedes ver que hasta su cuerpo se parece al sagrado CUERPO de mi divino HIJO». Pasemos ahora a la visión con que pienso dar fin a este capítulo.
- La superabundancia de gracias y revelaciones que llenaron por esta época el alma de Catalina fue tal que el exceso de su amor puso a su alma en un estado de extraordinaria languidez.
- Tal estado aumentó hasta el extremo de no poder levantarse del lecho; su enfermedad no era otra cosa que el exceso de amor hacia su sagrado esposo a quien ella continuamente llamaba como si se encontrase a su lado pronunciando palabras dulcísimas reveladoras de entrañable amor.
Y el esposo que había despertado en ella tal fervor amoroso la visitaba frecuentemente para inflamarla más y más. Catalina toda encendida en santos deseos le decía: «-¡Oh! ¿Por qué, por qué, mi amado Dueño, me priva este cuerpo miserable de tu abrazo celestial? ¡Ay! En esta miserable vida nada puede darme placer.
Yo sólo te busco a ti, porque si amo algo que tú no seas, lo hago únicamente por ti. Te ruego no permitas que este cuerpo miserable —103→ siga siendo un obstáculo para mi felicidad. ¡Oh, el mejor de los dueños, arranca a mi alma de esta prisión, líbrame de este cuerpo de muerte!». Y el Señor contestaba a estas palabras que eran entrecortadas por sollozos: «-Hija amada, cuando yo viví entre los hombres, no cumplí mi voluntad sino la de mi Padre; mis discípulos han dado testimonio de esto.
Yo deseaba ansiosamente tomar con ellos mi última cena y, sin embargo, esperé con paciencia el momento señalado por mi padre. Por consiguiente, a pesar de los grandes deseos que tienes de estar completamente unida a mí, debes esperar mi hora con resignación».
Y Catalina contestó: «-Puesto que Tú no quieres darme tu consentimiento, hágase tu santa voluntad; pero dígnate, Señor, te lo pido ardientemente, escuchar esa plegaria: cualquiera que sea la duración que fijes a mi existencia, concédeme que participe en los sufrimientos que Tú tuviste hasta la muerte.
Si no puedo estar unida a Ti en el cielo, permíteme que lo esté en tu Pasión sobre la tierra». Dios aceptó esta plegaria y lo que Catalina pidió le fue concedido liberalmente, porque empezó a sufrir cada día más -según ella misma me lo confesó-, tanto en el alma como en el cuerpo, experimentando todos los dolores que Nuestro Señor sufrió sobre la tierra durante su vida.
Y para que esto sea mejor comprendido, voy a repetir lo que la santa me dijo a este respecto. Catalina conversaba frecuentemente conmigo acerca de los dolores de Nuestro Señor y me aseguró que desde el mismo instante en que Jesús fue concebido, siempre llevó la Cruz sobre sus hombros -espiritualmente, se entiende-, a causa de los grandes deseos que tenía de la salvación de las almas.
Debió pues haber sufrido cruelmente hasta que mediante su Pasión restableció el honor de Dios y la felicidad del género humano. Y este tormento de deseo es tan grande que quienes lo han experimentado afirman que constituye la más pesada de las cruces.
También me dio una explicación de las palabras de Jesús en el jardín de los Olivos, que no he encontrado en ningún autor. Me dijo que las palabras: «Padre mío, si es posible no me hagas beber este cáliz» (MAT. XXVI, 39), no deben entenderse en el sentido de que el Salvador pidiese que le fuese evitada la Pasión.
Él había bebido ya el cáliz desde antes de haber nacido y a medida que la hora se acercaba de beberlo en la realidad, gustaba más intensamente ese cáliz de deseo por la salvación de las almas, que animaba todas sus acciones. Lo que entonces pidió más bien fue el cumplimiento de lo que —104→ tan ardientemente había deseado, el relleno hasta los bordes de aquella copa cuya amargura durante tanto tiempo había gustado.
Estaba tan lejos de sentirse temeroso de su pasión y muerte, que por el contrario deseaba se adelantase el momento, como claramente lo expresó al dirigirse a Judas diciendo: «Lo que haces, hazlo pronto» (S. JUAN, XIII, 27). Pero aunque este cáliz de deseo era el más doloroso para beber, agregó con filial obediencia: «No se haga mi voluntad sino la tuya»,
Así se ofreció a sufrir todas las dilaciones que pluguiese a Dios poner a su Pasión. Yo observé que por regla general los doctores de la Iglesia interpretaban este pasaje de otra manera y que de acuerdo con ellos, el Salvador pronunció estas palabras como hombre, porque naturalmente temía la muerte, y como cabeza de los elegidos entre los cuales los hay fuertes y los hay también débiles y para alentar precisamente a estos últimos presentándoles el ejemplo del mismo Salvador.
Catalina me contestó: «-Los actos de Nuestro Señor son tan fructíferos en enseñanzas que, meditándolos cuidadosamente, cada uno extrae de ellos el alimento que más le conviene para la salvación de su alma. El débil puede sacar consuelo en la plegaria de nuestro Salvador; pero el fuerte que se encuentra más próximo a la perfección debiera derivar aliento y esto sería imposible sin la explicación que acabo de darle.
Es muy conveniente que las palabras del Señor admitan diferentes interpretaciones, pues así cada persona puede adoptar la que esté más de acuerdo con sus necesidades espirituales». Yo guardé silencio limitándome a admirar la gracia y la sabiduría que Catalina había recibido del Señor.
- Encuentro también otra explicación de las mencionadas palabras en los manuscritos de Fray Tomás, el primer confesor de la Santa.
- Esta le manifestó durante uno de sus éxtasis que la causa de la tristeza del Salvador y de su sudor de sangre en el huerto de los Olivos fue su previsión de que muchas almas no alcanzarían a gozar de los frutos de su Pasión.
Pero, como amante de la justicia, agregó: -No se haga mi voluntad sino la tuya, Sin esto, agregó ella, todos los hombres se salvarían, puesto que es imposible que la voluntad del Hijo de Dios deje de cumplirse. Esto está de acuerdo con lo que dice el Apóstol a los hebreos: Exauditus est pro sua reverentia,
(HEB.v.7.) Los doctores aplican este pasaje a la oración en el huerto de los Olivos. También me dijo a mí a este propósito que los dolores que sufrió el Hijo de Dios en su cuerpo fueron tan grandes —105→ que habría bastado para producir la muerte mil veces a cualquiera otro que los hubiese soportado.
Siendo infinito el amor del Salvador, los dolores que este amor le indujo a sufrir fueron también infinitos y superiores a cuantos la naturaleza humana y la maldad de los hombres pudieron haberle ocasionado. Las espinas de la corona burlesca le penetraron hasta el cerebro; todos sus miembros fueron desarticulados (PS.
XXI, 18). Y sin embargo, tan grande fue su amor que no solamente soportó esos dolores sino que se buscó otros más terribles con el fin de manifestarse de una manera más perfecta. Sí; este fue uno de los motivos principales de su Pasión: deseaba mostrarnos lo infinito de su amor y no pudo hacerlo de una manera más eficiente.
El amor y no los clavos lo sujetaron a la Cruz; el amor triunfó; no los hombres. ¿Cómo pudieron estos haber sido los amos si había bastado una sola palabra suya para hacerlos rodar por tierra? Catalina dio admirables explicaciones con respecto a la Pasión del Redentor.
Decía que ella misma había sufrido en su cuerpo una parte de los dolores del Señor, pero que le hubiera sido imposible soportarlos por completo. El mayor tormento que Jesús sufrió en la cruz fue la dislocación de los huesos del pecho. Ella lo creía así porque las demás torturas que sufrió a imitación de las del Salvador fueron transitorias y sólo esta permanente.
Los dolores que ella sufría diariamente en la cabeza y en el costado eran considerables, pero los del pecho resultaban superiores a todos los demás, lo que es fácil de creer a causa de la proximidad del corazón. Los huesos que están dispuestos en esa porción del cuerpo humano para proteger el corazón y los pulmones no pueden ser desplazados sin lesionar los importantes órganos que contienen y este desplazamiento necesariamente debe producir la muerte a no ser que intervenga un milagro.
- Catalina sufrió esta tortura durante varios días; sus energías corporales quedaron debilitadas pero el ardor de su amor aumentó.
- Así experimentó de una manera sensible cuán hondamente la había amado Nuestro Señor, a ella y a la humanidad entera, sometiéndose a tan dolorosa pasión.
- Esto produjo en Catalina un amor tan vehemente que su corazón quedó literalmente roto y los lazos que la ataban a la vida destruidos de una manera sobrenatural.
Quienes lean estas páginas podrán dudar si semejante muerte tuvo lugar en efecto, pero quienes así piensen deben tener en cuenta que ocurrió en presencia de varios testigos que así me lo han asegurado. Yo también dudé y fui a ver a Catalina a quien dije que me manifestase toda la verdad.
Entonces ella rompió en suspiros y sollozos —106→ y después de haberme hecho esperar durante largo tiempo la contestación, me dijo al fin: -Padre, ¿no compadecería usted a un alma que después de haber sido liberada de una oscura prisión y haber gozado de una claridad extraordinaria, fuese nuevamente arrojada dentro de las tinieblas? Esta desdicha me ha ocurrido a mí; la Divina Providencia lo ha querido así por causa de mis pecados.
Estas palabras despertaron en mí el deseo de conocer detalles acerca de lo ocurrido e insistí: «-Madre, ¿es cierto entonces que su alma ha estado separada del cuerpo?». «-Sí -me contestó-. El ardor de amor divino era tan fuerte, los deseos que sentía de estar unida a mi amado eran tan intensos que ningún corazón, así fuera de piedra o de hierro, podría haberlo resistido; nada entre lo creado es suficientemente poderoso para resistir semejante fuerza.
El corazón que anima este miserable cuerpo fue destrozado por la caridad. Yo siento el lugar donde quedó dividido. A consecuencia de ello, mi alma abandonó mi cuerpo y he visto secretos de Dios que soy incapaz de decir sobre la tierra porque la memoria es demasiado débil y el lenguaje demasiado pobre para abordar en forma adecuada semejante tema.
Sería dar arcilla en lugar de oro. Cuando oigo hablar de esto me acomete indecible pena al pensar que he podido descender de tales alturas para caer de nuevo en las miserias del mundo y sólo tengo lágrimas y sollozos con qué expresar lo intenso de mi angustia».
- Deseoso de tener un conocimiento más profundo de lo que había ocurrido, le dije: «-Madre, puesto que usted me ha confiado ya otros secretos suyos, le ruego encarecidamente me haga una descripción detallada de este hecho maravilloso».
- «-He sido favorecida -me contestó- con muchas visiones espirituales y corporales; he recibido inefables consolaciones de Nuestro Señor, y la violencia del amor puro me ha debilitado en tal forma que me he visto obligada a guardar cama.
Rogué incesantemente a Dios que me librase de este cuerpo mortal con el fin de unirme a él para siempre; pero no he obtenido esta gracia, aunque se me concedió participar, en cuanto a un ser humano es posible, en los dolores de la Pasión». Entonces me contó lo que antes he referido concerniente a los sufrimientos de Nuestro Señor y agregó: «-Esta parte de sus dolores que se dignó comunicarme me sirve para conocer de una manera más perfecta el amor del Creador; el mío ha aumentado en forma tal que he caído en un estado de languidez muy grande, y mi alma no alimenta otro deseo que el de abandonar el —107→ cuerpo.
¿Cómo podría describirle esto? Mi Salvador fomenta cada día más el fuego que ha encendido; mi corazón de carne se debilita y el amor se hace más grande que la muerte. Sí, mi corazón quedó destrozado; mi espíritu cautivo rompió sus ligaduras, pero ¡ay!, ¡fue por tan poco tiempo! »-Madre -insistí yo- ¿cuánto tiempo estuvo su alma separada del cuerpo? »-Las personas que vieron mi muerte -contestó ella- dicen que estuve cuatro horas sin volver a la vida.
Gran número de personas vinieron a dar el pésame a mi madre y demás familia; pero mi alma había entrado ya en la eternidad y carecía de la noción del tiempo. »-¿Qué vio usted, madre, durante ese tiempo y por qué retornó su alma al cuerpo? -le pregunté de nuevo-.
- Le pido encarecidamente que no me oculte nada.
- »-Sepa, Padre -me contestó-, que mi alma penetró en un mundo desconocido y vio el premio de los justos y el castigo de los pecadores.
- Pero aquí me falla la memoria y la pobreza del lenguaje me impide hacer una descripción adecuada de esas cosas.
- Sin embargo le diré lo que pueda.
Tenga la seguridad de que vi la ESENCIA divina y por eso sufro tanto al verme de nuevo encadenada al cuerpo. Si no me lo impidiese el amor a Dios y al prójimo, moriría de dolor. Mi gran consuelo está en sufrir porque tengo la seguridad de que mis sufrimientos me permitirán una visión más perfecta de Dios.
- De aquí el que las tribulaciones, en lugar de resultarme penosas, constituyen para mí una delicia.
- Vi los tormentos del infierno y los del purgatorio; no existen palabras con que describirlos.
- Si los pobres mortales tuvieran la más ligera idea de ellos, sufrirían mil muertes antes que exponerse a experimentar uno de esos tormentos por espacio de un solo día.
Vi en particular los tormentos que sufren aquellos que pecan en el estado del matrimonio no observando las normas que él impone y buscando en él únicamente los placeres sensuales». Y como yo le preguntase por qué este pecado, que no es en sí peor que los demás, recibe tan duro castigo, me dijo: «-Porque se le presta poca atención y por consiguiente produce menos contrición y se comete con mayor facilidad.
Nada hay tan peligroso como una falta, por pequeña que sea, cuando quien la comete no la purifica cuidadosamente con las aguas de la penitencia». Catalina prosiguió después con lo que había comenzado. «Mientras mi alma contemplaba estas cosas, mi esposo celestial me dijo: ‘-Ves la gloria que pierden y los tormentos que sufren quienes me ofenden.
Vuelve por consiguiente a la vida y muéstrales lo extraviados —108→ que están y el terrible peligro que los amenaza’. Y como mi alma se mostrase horrorizada ante el pensamiento de retornar al mundo, el Señor agregó: ‘-Lo exige así la salvación de muchas almas; en lo sucesivo ya no vivirás como antes.
- Abandonarás tu celda y continuamente irás de un lado a otro a través de la ciudad a fin de salvar muchas almas.
- Yo cuidaré de ti; te traeré y te llevaré; te confiaré el honor de mi SANTO NOMBRE y tu enseñarás mi doctrina a altos y a bajos, a legos, a sacerdotes y monjes; te daré un don de palabra y de sabiduría al que nadie podrá resistir.
Te pondré en presencia de los Pontífices y de los gobernantes, tanto de la Iglesia como del pueblo para confundir así la arrogancia de los poderosos’. Mientras Dios se dirigía de esta manera a mi alma, me encontré de pronto, sin poder explicarme cómo, unida al cuerpo.
Entonces me acometió una gran pena y vertí copiosas lágrimas durante tres días y tres noches; siempre que recuerdo esto no puedo reprimir los deseos de llorar, y, Padre, no se admire de esto: ¿puedo acaso evitar que mi corazón se sienta destrozado al recordar la gloria que llegué a poseer y de que ahora me siento privada? La salvación de mi prójimo es la causa de esto; si yo amo tan ardientemente a las almas cuya conversión ha puesto el Señor en mis manos, es porque me han costado muy caro.
Me han separado de Dios; me han privado del goce de su gloria por un tiempo que todavía me es desconocido». Una vez que Dios me hubo concedido la gracia de escuchar estas cosas, me he preguntado si no sería mi deber el publicarlas en una época en que el egoísmo hace a los hombres tan ciegos y tan incrédulos.
- Mis hermanos y hermanas en el Señor se opusieron a que las publicase en vida de Catalina.
- Pero ahora que ella se ha ido a la mansión de los bienaventurados, me creo obligado a hablar con el fin de que tan gran milagro no deje de ser conocido por mi culpa.
- Las siguientes circunstancias dan toda la autenticidad posible al hecho.
Al aproximarse la muerte de Catalina, las dos mujeres que se encontraban con ella y que eran sus hijas en el Señor, hicieron llamar a Fray Tomás, su confesor, para que la asistiese en su agonía. Este se apresuró a acudir sin pérdida de tiempo acompañado por otro religioso llamado Fray Tomás Antonio y ambos comenzaron con lágrimas a recitar las plegarias de ritual.
Cuando se extendió la noticia, otro religioso, Fray Antonio Bartolé de Montucio, fue también juntamente con un hermano lego llamado Juan, natural de Siena, y que en la actualidad se encuentra en Roma. Los cuatro religiosos, todos —109→ los cuales viven todavía, lloraron y oraron al lado de la agonizante.
En el momento en que Catalina lanzó su postrer suspiro, el hermano Juan experimentó un dolor tan grande, que la fuerza de sus sollozos y suspiros le produjeron la rotura de una vena del pecho, siendo atacado por una tos tan intensa que todos los presentes temieron por su vida.
Este espectáculo aumentó la angustia de los presentes y los que lloraban la muerte de Catalina tuvieron entonces otro motivo de duelo a causa del estado gravísimo en que se encontraba el pobre hermano lego. Al ver esto, Fray Tomas, el confesor de Catalina, animado por una fe intensa, dijo al hermano Juan: -«Yo sé cuánta influencia tiene ante Dios esta santa mujer.
Toma una de sus manos y ponla en el lugar donde sientes ese dolor tan intenso e inmediatamente sanarás». El hermano Juan hizo lo que se le decía ante los ojos de todos los presentes y en el mismo instante quedó completamente curado y como si no hubiese sufrido el menor accidente.
- El hermano Juan ha referido este incidente a cuantos han querido oírlo y también lo ha afirmado bajo juramento.
- Además de los hermanos a quienes acabo de citar fueron también testigos del hecho, su compañera e hija espiritual Alesia, quien ahora vive con ella en la mansión de los bienaventurados.
- Casi todos los vecinos vieron a Catalina muerta así como numerosas otras personas que acudieron, como es costumbre en tales casos cuando se esparció la nueva de su fallecimiento.
Con respecto a la elevación de su cuerpo, descripta al principio de este capítulo, fueron testigos de ella varias hermanas de Penitencia de Santo Domingo, entre los que citaré a Catalina, hija de Guetto de Siena, que fue durante mucho tiempo su inseparable compañera.
—110→ De los milagros obrados por intercesión de Catalina para promover la salvación de las almas Si quisiese referir todos los milagros realizados por Dios mediante la intercesión de Catalina para la salvación de las almas, necesitaría varios volúmenes para hacerlo. En vista de la imposibilidad de incluirlos aquí todos, relataré solamente algunos de los más notables siguiendo el orden cronológico.
Estos milagros, especialmente los que se refieren a las almas, han sido ignorados por los hombres y no tienen otra prueba que la confianza puesta por la Santa en mí y en otras personas, pero esto no impedirá que los crean las almas piadosas. Jácomo, el padre de Catalina, estaba convencido de la santidad de su hija y sentía hacia ella una respetuosa ternura; había ordenado a los miembros de su familia que no la contradijesen en nada y que la dejasen obrar de acuerdo con sus deseos.
Como el mutuo cariño entre padre e hija se hiciese cada día más intenso, Catalina oraba incesantemente por la salvación de su padre mientras que este experimentaba cada vez mayor complacencia al ver la creciente santidad de su hija, por cuyos méritos esperaba obtener de Nuestro Señor la gracia de la salvación eterna.
Llegó para Jácomo la hora de la muerte y cayó en cama gravemente enfermo. Catalina pidió entonces a su divino esposo que devolviese la salud a la persona a quien ella tan tiernamente amaba, y el Señor le contestó que su padre moriría de esa enfermedad, pues no le convenía seguir viviendo.
Al saber esto, Catalina volvió a la cabecera del lecho donde yacía su querido enfermo y lo encontró tan dispuesto a dejar este mundo que ella dio gracias a Dios con todo el fervor de su alma. Pero su amor filial no quedó satisfecho aún; quería obtener de la Fuente de toda Gracia no sólo el perdón de todos los pecados de su padre, sino que en la hora de la muerte su alma fuese llevada a la gloria sin haber pasado por las penas del purgatorio.
A este pedido se le contestó que la justicia no podía perder sus derechos y que aquella alma debía estar completamente purificada —111→ antes de entrar en el cielo. «-Tu padre -le dijo el Señor- ha vivido bien en su estado conyugal, ha hecho muchas cosas aceptables ante mí y estoy particularmente complacido por su manera de conducirse contigo; pero la justicia exige que su alma pase por el fuego para purificarse de las manchas que ha contraído en el mundo.
»-¡Oh, amantísimo Salvador! -contestó Catalina- ¿cómo podré yo resistir el pensamiento de que aquel a quien me diste como padre, que me alimentó y cuidó con tanto cariño, que fue siempre tan bueno conmigo, tenga que sufrir el tormento de las crueles llamas? Te pido encarecidamente que no permitas que su alma abandone el cuerpo antes que de una manera u otra esté completamente purificada sin necesidad de pasar por el fuego del purgatorio».
Dios en su inefable piedad accedió a este ruego. Las fuerzas de Jácomo estaban ya agotadas, pero su alma no pudo abandonar el cuerpo mientras duró este conflicto entre Catalina y nuestro Redentor; el Señor alegando los fueros de la justicia y Catalina invocando la grandeza de su misericordia.
- Por fin Catalina dijo: «-Señor, si no puedo obtener esta gracia sin satisfacer tu justicia, haz que esta se ejerza sobre mí; yo estoy dispuesta a sufrir por mi padre cualquier cosa que tu bondad me envíe».
- Nuestro Señor accedió por fin.
- «Acepto tu propuesta -dijo a Catalina- y eximo a tu padre de toda pena expiatoria, pero durante el resto de tu vida sufrirás tú un dolor que te enviaré».
Catalina dio gracias al Señor y corrió al lado del lecho donde su padre se encontraba en la agonía y dándole la seguridad de que Dios le había otorgado la gracia de su salvación eterna, no se apartó de allí hasta que Jácomo expiró. Lo que acabo de relatar lo supe por boca de la misma Santa, cuando al compadecerla un día por los intensos dolores que sufría, le pregunté la causa.
Se me olvidaba decir que en el instante en que su padre lanzó el último suspiro, Catalina exclamó con la sonrisa en los labios: «-¡Bendito sea el Señor, padre! ¡Cuán dichosa sería yo si me encontrase donde tú estás!». Durante los funerales, mientras muchos de los presentes derramaban lágrimas de sentimiento, Catalina permaneció con el rostro alegre y lleno de satisfacción.
Tuvo palabras de consuelo para su madre y se condujo como si el muerto fuese un extraño para ella. Todo porque sabía que el alma del ser querido había escapado de la prisión del cuerpo y disfrutaba ahora de la celestial bienaventuranza. Admiramos aquí la sabiduría de la Divina Providencia.
El alma de Jácomo pudo haber sido purificada de —112→ otra manera y admitida directamente en la gloria, como lo fue la del Buen Ladrón que murió en el Calvario después de haber confesado a Jesús en la cruz; pero Dios quiso que Catalina le hiciese aquella propuesta para aumentar sus merecimientos. Después de haber referido lo que hizo la Santa en favor de un hombre justo, veamos lo que realizó por un pecador.
Vivía en Siena por el año 1370 un hombre llamado Andrés de Naddino, rico en bienes perecederos pero pobre en cuanto se refiere a la riqueza del espíritu que es la única verdadera. Sin que le sirviese de freno el amor hacia Dios ni el temor a sus castigos, vivía encenagado en vicios de toda clase.
El juego era su pasión predominante, a la que agregaba el hábito de blasfemar horriblemente. En el mes de diciembre del citado año y cuando él contaba cuarenta de edad, fue atacado por una grave dolencia; los médicos lo desahuciaron y la muerte tanto del cuerpo como del alma le amenazaba inexorable. Fue a visitarle el cura de la parroquia con el fin de prepararlo para el último trance, pero el hombre que jamás había puesto los pies en la iglesia, ni respetaba a los sacerdotes, despidió con malas palabras al sacerdote.
Su esposa y sus hijos que deseaban ardientemente la salvación de su alma, invitaron a algunas personas piadosas para que intentasen vencer la resistencia del enfermo. Pero todo fue inútil; ni la esperanza en la misericordia divina, ni el temor de las llamas eternas lograron ablandar su obstinación.
El cura estaba afligidísimo; retornó a la casa del enfermo al día siguiente, pero el desdichado pecador se negó a recibirlo. Había caído en la impenitencia final y cometido el pecado contra el Espíritu Santo al desconfiar de la misericordia divina. Fray Tomás, el confesor de Catalina, estaba al tanto de lo que pasaba.
Afligido por la impenitencia de aquella alma se apresuró a hablar con su penitente y le pidió en nombre de la caridad que intercediese ante Dios por aquel hombre. Cuando llegó a la casa de Catalina, esta se encontraba en éxtasis y fue imposible arrancarla de aquel estado.
- Como Fray Tomás no podía ni hablarle ni esperar pues se aproximaba la noche, recomendó a una de las compañeras de la Santa, que también se llamaba Catalina y que aún vive, que explicase a la sierva de Dios en cuanto volviese en sí el objeto de su visita.
- Catalina no se recobró del éxtasis hasta el día siguiente a eso de las cinco de la mañana.
Su compañera le comunicó en seguida el mensaje de Fray Tomás, quien en virtud de la santa obediencia le ordenaba que pidiese a —113→ Dios la conversión de aquel pecador tan duro de corazón. Oído esto, Catalina, inflamada por la compasión y la caridad, comenzó a orar con el mayor fervor, diciendo que ella no podía permitir que un paisano suyo, un hermano, puesto que había sido redimido por la misma sangre del Salvador, pereciese en las llamas eternas.
- El Señor le contestó: «-Las iniquidades de ese hombre han subido hasta el cielo; no solamente ha proferido a boca llena injurias contra mí y contra mis santos, sino que arrojó al fuego un cuadro que me representaba a mí y a mi bendita madre.
- No intercedas por él; es justo que arda en las llamas eternas.
Merece la muerte una y mil veces». Catalina se prosternó a los pies de su divino esposo y bañándolos con sus lágrimas, insistió: «-¿Acaso tú, oh amante Jesús, no llevaste sobre tus sagrados hombros los pecados de ese hombre lo mismo que los de todos? Yo estoy aquí, Señor, para invocar tu misericordia.
- Recuerda que me prometiste tu ayuda para la salvación de las almas; yo no tengo otro consuelo sobre la tierra sino el de ver cómo vuelven a ti las almas de los pecadores; esto es lo único que me da fuerzas para sufrir el mal de tu ausencia.
- No desoigas mis ruegos, señor; devuélveme a mi hermano, sácalo del terrible estado en que se encuentra».
Y durante horas permaneció Catalina derramando lágrimas por la salvación del empedernido pecador. Dios le hacía presentes los crímenes de aquel hombre que clamaban por justicia, pero ella invocaba la misericordia que la había obligado a venir al mundo para salvar a los pecadores.
Por fin triunfó la piedad sobre la justicia, y el Salvador dijo a Catalina: «-Hija mía, tus lágrimas me han ablandado; voy a convertir a ese hombre por quien me has pedido tanto y tan fervorosamente». En el mismo instante el Señor se apareció a Andrés que ya estaba próximo a morir. «-Amigo -le dijo- ¿por qué no confiesas los pecados que has cometido contra mí? Confiésalos, que yo estoy dispuesto a perdonarte».
Estas palabras ablandaron el corazón obstinado del pecador, quien gritó a los que lo rodeaban: «-Traedme a un sacerdote, que quiero confesarme. Mi Salvador me invita a hacerlo». Los presentes se apresuraron a obedecer. Vino el sacerdote y él se confesó con inequívocas muestras de arrepentimiento y contrición.
Estas son, Señor, las obras que realizas por tus elegidos. Para poner de manifiesto el favor de que Catalina gozaba ante ti le diste a conocer el peligro en que se encontraba la salvación de aquel hombre a quien ella ni siquiera de nombre conocía. No accediste a los ruegos de —114→ quienes por él te habían pedido porque querías conceder esa gracia por la intercesión de tu amada esposa.
¡Oh! ¿Quién se negará a amarte? Había en Siena dos notorios bandidos cuyo arresto tenía ordenado la justicia y que ya estaban condenados a sufrir el más terrible de los tormentos. Una vez que fueron aprehendidos fueron conducidos al lugar del suplicio sobre una carreta y los verdugos armados de tenazas calentadas al rojo arrancaban pedazos de carne de sus miserables cuerpos.
Ni mientras estuvieron en la prisión, ni al ser conducidos al lugar donde debían morir dieron muestras de arrepentimiento y aun al ser conducidos por las calles de la ciudad en la forma descripta, iban blasfemando a gritos contra Dios y sus santos. Las espantosas torturas que sufrían los desdichados no eran más que preludio de los tormentos que les esperaban en el infierno.
Pero la bondad infinita que no quiere la muerte de nadie y que no castiga dos veces la misma falta liberó a estas pobres almas por la intercesión de Catalina. Dispuso la Providencia que ese mismo día estuviese la Santa en la casa de Alesia, su compañera e hija espiritual.
- Alesia, al oír el tumulto de la multitud, se asomó a la ventana y vio a distancia a los infelices criminales que eran conducidos al lugar donde habían de ser ejecutados.
- «-Oh, Madre -gritó Alesia- ¡qué terrible espectáculo se dirige hacia aquí! Dos hombres que han sido condenados a ser despedazados con tenazas candentes.».
La Santa, movida no por la curiosidad sino por la piedad, se acercó a la ventana, vio a los desdichados y retirándose inmediatamente se puso en oración. Según me dijo después, había visto en torno de ellos una tropa de demonios que atormentaban sus almas más aún que los verdugos sus cuerpos.
- Catalina acudió a la oración y conjuró a su esposo para que salvase a aquellas almas que estaban a punto de perecer.
- «-Ah, Señor, -le dijo- tú que eres tan clemente, ¿abandonarás a esas criaturas formadas a tu imagen y redimidas con tu preciosa sangre? El ladrón que fue crucificado a tu lado merecía aquel castigo, pero tu gracia le visitó porque precisamente en el momento en que los mismos apóstoles dudaban, él te confesó públicamente y mereció oír tu promesa: Hoy estarás conmigo en el Paraíso,
Con esas palabras diste esperanza en el perdón a todos aquellos que se encontrasen en parecidas circunstancias. Tú no abandonaste a Pedro que te negó y le dirigiste una mirada de compasión; no condenaste a María, la pecadora, ni a Mateo, el —115→ publicano.
- Te pido, Señor, que te apresures a salvar a estas pobres almas».
- Por fin Catalina obtuvo la gracia de acompañarles en espíritu hasta la puerta de los cielos.
- Oró y lloró continuamente pidiendo a Dios que les cambiase el corazón, y los demonios que la vieron, le dijeron furiosos: «-Si no cesas de orar, nosotros y estos dos réprobos te atormentaremos en tal forma que te arrepentirás de tu intromisión».
Catalina contestó: «-Yo quiero únicamente lo que Dios quiera y no abandonaré la obra que he comenzado». Cuando los dos criminales llegaron a la puerta de la ciudad, nuestro misericordioso Redentor se les apareció cubierto de heridas y bañado en sangre y les exhortó a convertirse prometiéndoles su perdón.
Un rayo de luz divina penetró entonces en sus corazones; pidieron la ayuda de un sacerdote y confesaron sus pecados con grandes muestras de arrepentimiento. Sus blasfemias se cambiaron en piadosas exclamaciones; reconocieron que merecían aquel castigo y aun otros mayores y marcharon a la muerte tan alegres como si fuesen a una fiesta.
Y lo que es más: en lugar de proferir insultos contra sus atormentadores dieron gracias al Señor que les permitía por medio de aquellos espantosos castigos expiar sus pecados y adquirir la gloria eterna. Todos los presentes quedaron asombrados por semejante cambio; los mismos verdugos se conmovieron y no osaban proseguir en sus crueldades al verlos poseídos de tales sentimientos, pero nadie supo de dónde provenía aquel milagro de la gracia divina.
- El buen clérigo que acompañó a estos desventurados pecadores intentando inútilmente convertirlos, suministró estos detalles a Fray Tomás, el confesor de Catalina.
- Este último, después de haber interrogado a Alesia, pudo certificar que en el momento en que Catalina terminó su oración y volvió en sí del éxtasis, los dos condenados exhalaban el último suspiro.
Yo también recibí de Catalina confirmación de todos estos detalles y los encontré de acuerdo en un todo con lo escrito por Fray Tomás. Este agrega que algunos días después de la muerte de los dos bandidos convertidos, los compañeros de Catalina oyeren decir a esta mientras estaba en oración: «-Gracias, Señor, por haberlos librado de una segunda prisión».
- Fray Tomás le preguntó qué significado tenían estas palabras.
- Ella contestó que los dos malhechores disfrutaban ahora de la gloria; que al morir habían ido sus almas al Purgatorio, pero que ella había conseguido que también fuesen libradas de este.
- Estas cosas sorprenderán a quienes las lean porque no —116→ caen dentro de los dominios de los sentidos corporales, pero si consultamos a San Agustín y a San Gregorio veremos que este milagro es mayor que si esos dos hombres hubiesen resucitado después de muertos, pues según dice San Gregorio, un cuerpo al que se ha devuelto la vida debe morir de nuevo, mas en nuestro caso es un alma lo que vuelve a la vida por toda la eternidad.
En la resurrección del cuerpo el poder divino obra sin encontrar obstáculos, pero en la de las almas el libre albedrío del hombre puede resistir a la acción de la gracia y de aquí que en la conversión de un pecador se manifieste el poder divino de una manera más gloriosa que en la creación de un mundo.
Se cuenta de San Martín que por el poder de la Santísima Trinidad tuvo la gloria de devolver la vida a tres muertos y de San Nicolás que salvó a tres condenados a los más terribles tormentos. ¿Qué podrá decirse de Catalina, quien mediante el poder de su oración salvó a tres almas culpables de los tormentos eternos y que arrancó de las llamas del Purgatorio a tres almas que estaban sumidas en ellas? ¿No es esto más grande y mucho más extraordinario? Catalina obtuvo la gracia de otra conversión que me creo en el deber de no pasar en silencio.
Había en Siena un hombre llamado Francisco Tolomei, el cual vive aún, casado, con varios hijos de uno y de otro sexo. El mayor, Jaime, llevaba una vida criminal; era sumamente orgulloso y de tan gran ferocidad, que en dos ocasiones sus manos se habían teñido en sangre.
Sus terribles hazañas lo convirtieron en el terror de cuantos le conocían. Desconocedor del temor de Dios, sus crímenes se multiplicaban. Este joven tenía una hermana, de nombre Ghinoccia, extraordinariamente aficionada al mundo en el peor sentido de la expresión; estaba ocupada de continuo en el vano arreglo de su persona y si no se había perdido por completo, era a causa de su temor a la opinión pública.
La madre de ambos, llamada Rabes, era una mujer piadosa que, temiendo por la salvación de los seres que le eran tan queridos, acudió a Catalina pidiéndole que por caridad hablase de religión a sus dos hijas, especialmente a Ghinoccia. Catalina, que amaba tan ardientemente a las almas, accedió y tuvo tanto éxito con Ghinoccia, que esta renunció a las vanidades del mundo y tomó el hábito de las «Hermanas de Penitencia» de Santo Domingo, perseverando de la manera más admirable en las prácticas de devoción, hasta tal extremo, que yo me vi obligado varias veces a moderar el rigor de sus austeridades.
- Su hermana Francisca siguió este ejemplo, dando el espectáculo edificante de —117→ ver a estas dos hermanas que rivalizaban en la práctica de las virtudes cristianas y en el rigor de las penitencias.
- En el momento de la conversión de ambas, Jaime Tolomei estaba ausente, y tan pronto como llegó a sus oídos la noticia, retornó a la ciudad animado por rabioso sentimiento de furor contra sus hermanas y profiriendo terribles amenazas.
Lo primero que hizo fue romper en pedazos el santo hábito que vestían las jóvenes y llevárselas de nuevo a su casa para alejarlas de la influencia de las personas que las habían convertido. Nadie se atrevió a oponerse a estos desmanes a no ser el menor de sus hermanitos, quien le dijo con acento de inspiración: «-Jaime, te aseguro que en vez de hacer lo que has hecho, debiste convertirte tú también y confesar tus pecados».
Castigó él duramente al muchacho y le dijo entre otras cosas que si estuviese de su mano mataría a todos los sacerdotes y religiosos. El chico repitió sus palabras y él redobló sus amenazas y sus imprecaciones, agregando que acudiría a las mayores violencias si sus hermanas no renunciaban inmediatamente al hábito de Santo Domingo.
Rabes consiguió con sus buenas maneras calmar su furor hasta el día siguiente, mandó llamar a Fray Tomás, el confesor de Catalina, quien providencialmente llevó como compañero al hermano Bartolomé. Habló con Jaime sin conseguir de él nada favorable, pero Catalina, quien por luz sobrenatural tenía conocimiento de lo que ocurría, pidió a Dios la conversión del malvado joven.
El Señor oyó su oración y tocó el corazón endurecido; después de haberse negado con obstinación a escuchar las exhortaciones de Fray Tomás, escuchó las del hermano Bartolomé y no sólo permitió que sus hermanas sirviesen a Dios como ellas deseaban, sino también confesó sus pecados con evidente arrepentimiento.
El lobo quedó convertido en manso cordero, el feroz león se hizo dócil como un niño y todos los que estuvieron al tanto del asunto quedaron pasmados de admiración. La madre no sabía encontrar la explicación de un cambio tan radical; las hermanas le congratularon y todos los de casa dieron gracias fervorosas al Señor, corriendo las dos religiosas, llenas de alegría, a llevar la grata nueva a Catalina.
Esta, que había estado viéndolo todo con el espíritu y que había obtenido esa gracia del Señor, estaba todavía en éxtasis cuando ellas llegaron y antes de que entrasen en la casa, dijo: «-Debemos dar gracias a Dios porque Jaime Tolomei, que era esclavo de Satanás, ha recobrado la libertad esta mañana».
Cuando las dos jóvenes empezaron a contar lo ocurrido, una de las compañeras de Catalina les dijo: «-En el momento en que ustedes llegaban, —118→ Catalina nos lo estaba contando». Cuando estuvieron en su presencia, la Santa dijo con aquel modo suyo tan edificante: «-Hermanas, debemos dar gracias a Dios, quien nunca desoye las plegarias de los que le sirven.
El enemigo de la salvación había resuelto robarnos esa querida oveja, pero el Padre de las Misericordias defendió lo que era suyo; también había pensado que Ghinoccia ya era suya, pero la perdió lo mismo que a Jaime, de quien se creía absoluto dueño». Ghinoccia fue en adelante un constante ejemplo de piedad y mortificación; perseveró hasta la muerte en el servicio de Dios y murió piadosamente en el Señor después de haber soportado con ejemplar paciencia una larga y penosa enfermedad.
Su hermana Francisca que la sobrevivió poco tiempo, fue una fiel imitadora de sus virtudes. Siempre contenta aun en medio de los más terribles dolores, expiró con la sonrisa en los labios. Mateo, el hermano que seguía en edad a Jaime, renunció al mundo y tomó un hábito en la orden de Santo Domingo, donde aún sigue edificando con sus virtudes.
- Jaime se casó, pero nunca recayó en sus ataques de furor, siendo siempre de carácter pacífico y dulce.
- Todo este bien fue llevado a cabo por Catalina, quien consiguió de su divino Esposo la gracia apropiada para cada una de estas personas.
- Lo que voy a referir ahora es no menos maravilloso que lo anterior.
Yo fui su único testigo y Dios sabe que no miento; además los resultados se hicieron del dominio público. Vivía en Siena un hombre muy conocido en la ciudad, el cual poseía un talento fuera de lo común si bien no siempre estaba regulado por la ley de Dios.
Se llamaba Nanni de Vanni. Como ocurre con frecuencia entre sus coterráneos, era persona que se dejaba dominar por la pasión del odio y conocía los medios de satisfacer sus venganzas en secreto. Así se habían cometido varios asesinatos, pero los autores materiales de ellos temían a Nanni porque conocían su terrible maldad.
Frecuentemente se habían puesto en juego mediadores para inducirle a que se reconciliase con sus enemigos, pero él siempre contestaba hipócritamente que no tenía participación ninguna en esos asuntos y que no dependía de él la cesación de aquel estado de guerra solapada.
Catalina conocía esto y tenía deseos de conversar con Nanni para encontrar la manera de que las cosas no siguiesen en semejante tren, pero Nanni trataba siempre de evitar la entrevista con la Santa. Por fin un santo hombre, el Hermano Guillermo de Inglaterra, de la orden de los Ermitaños de San Agustín, —119→ le acosó tanto que consintió en escuchar a Catalina, pero sin comprometerse a hacer lo que esta pudiera sugerirle.
Fue pues a la casa de la Santa cuando yo me encontraba allí esperando el retorno de la sierva del Señor, que había salido a hacer una diligencia. Cuando me informaron que Nanni estaba allí para hablar con Catalina, bajé con el corazón lleno de alegría, pues sabía lo mucho que deseaba la Santa esta entrevista.
Le anuncié su ausencia, y le pedí que esperase un poco y para entretenerle lo llevé a la pequeña habitación santificada por la esposa de Jesucristo. Después de unos instantes de espera, Nanni, evidentemente aburrido, me dijo: «Prometí a Fray Guillermo venir aquí y escuchar a esa dama. Ella está ausente, y mis ocupaciones no me permiten esperar más.
Le ruego, pues, que tenga a bien excusarme ante ella». Estas palabras me afligieron mucho y con el fin de entretenerle hasta que llegase Catalina empecé a hablarle de reconciliación, pero él me cortó la palabra diciéndome: «-Vea, usted es sacerdote y religioso y esta señora goza de gran fama de santidad; no debo pues engañarlos.
- Por consiguiente, digo con toda franqueza que no haré nada de lo que me piden.
- Es cierto que yo impido la reconciliación pero lo hago en secreto.
- Si yo diese mi consentimiento todo se arreglaría; pero me niego y le advierto desde ya que son inútiles cuantas consideraciones pueda usted hacerme al respecto.
Ya es mucho el haber conseguido que le hable con tanta claridad diciéndole lo que tan cuidadosamente oculto a otros. No me moleste más en relación con este asunto». Yo quise insistir y él se negó a oírme, cuando Dios permitió que en ese momento entrase Catalina.
- Su llegada fue tan desagradable para él como grata para mí.
- Tan pronto como nos vio, saludó al hombre de mundo con angelical caridad; tomó luego asiento y preguntó cuál era el objeto de aquella visita.
- Nanni le repitió lo que me había dicho a mí insistiendo en que no haría concesiones.
- Catalina le hizo presente con tanta fuerza como dulzura el peligro a que exponía su alma, pero el hombre cerró el corazón a sus conmovedoras palabras.
Se retiró por fin firme en su negativa y entonces Catalina se quedó sola para acudir al arma de la oración. Yo, creyendo ganada la partida por Catalina, empecé a discutir con Nanni para ganar tiempo. Apenas habían transcurrido unos pocos minutos cuando aquel hombre obstinado, volviendo a la presencia de la Santa, nos dijo: «-Por cortesía, quiero hacer una concesión: yo tengo cuatro enemigos ; —120→ consiento en sacrificar a aquel de ellos que ustedes quieran designarme».
Se dispuso a retirarse definitivamente, cuando de pronto exclamó: «-¡Oh, Dios mío! ¿Qué consuelo es este que siente mi alma, a la sola palabra de paz que he pronunciado?». Y agregó: «-Mi Dios y Señor, ¿qué poder me retiene y está triunfando sobre mí? No puedo irme y carezco de fuerza para negarme. Confieso que estoy vencido».
Y cayendo de rodillas, dijo sollozando: «-Santa Virgen, aquí me tienes dispuesto a hacer lo que tú me ordenes. Comprendo que Satanás me tenía encadenado. En adelante seguiré tus consejos; por piedad, dirige mi alma y líbrame de las acechanzas del enemigo».
En este momento, Catalina, que había caído en éxtasis, volvió en sí y dio gracias a Dios. Luego, dirigiéndose a Nanni, dijo: «-Querido hermano, la misericordia del Señor te ha manifestado el peligro en que se encontraba tu alma. Yo te hablé y tú no te dignaste oírme; entonces yo acudí a Dios quien escuchó mi pedido».
Nanni me confesó después con humilde contrición que Catalina le había reconciliado con sus enemigos cuando le volvió a la paz del Señor que él por tanto tiempo había menospreciado. Algunos días después de su conversión fue arrestado por orden del gobernador de la ciudad y arrojado en una prisión; se corrió la noticia de que sería decapitado, nueva que me afectó, yendo inmediatamente a ponerla en conocimiento de Catalina.
Nada malo -le dije- ocurrió a Nanni cuando obedecía las inspiraciones de Satanás; pero ahora que se ha reconciliado con Dios, el cielo y la tierra parecen conjurarse contra él. Temo, madre, que esta planta sea demasiado joven para soportar la tormenta; el infeliz caerá en la desesperación. Te pido, pues, que ruegues por él.
Tú le arrancaste del pecado; tú debes ayudarle en su infortunio». Catalina me contestó: «-¿Por qué se alarma usted a causa de lo que ocurre? Antes bien, debería alegrarse. Si Dios le envía ahora malos temporales, ¿no prueba eso precisamente que le ha perdonado los castigos eternos? La palabra de Nuestro Señor está cumplida: el mundo ama lo que le pertenece.
Por eso ahora que él ha abandonado al mundo, este le detesta. Dios había dispuesto para él un castigo eterno, pero su misericordia se satisface con castigarle en este mundo. No tema que caiga en la desesperación. Quien lo ha salvado del infierno, también lo salvara de ese peligro». Sucedió como ella lo había anunciado.
Poco tiempo después fue puesto en libertad, pero se le obligó a pagar —121→ grandes sumas de dinero; Catalina se regocijó y dijo: «-Dios le está sacando el veneno que le emponzoñaba el alma». La tribulación aumentó el fervor de aquel hombre y donó a Catalina una hermosa residencia que poseía a unas dos millas de la ciudad para que fundase en ella un monasterio, cosa que hizo ella con especial autorización del papa Gregorio XI, dándole el nombre de Nuestra Señora de los Ángeles.
- Yo asistí a la inauguración del monasterio, que se realizó con gran solemnidad.
- Esta conversión, obrada por la omnipotencia de Dios, fue debida a la intercesión de Catalina.
- Yo puedo dar testimonio de ello.
- Durante varios años fui confesor de Nanni y sé que hizo grandes progresos en los caminos del Señor, durante el tiempo que le conocí.
Necesitaría muchos volúmenes para referir todo lo que el Señor realizó por intermedio de su fiel esposa para la conversión de los pecadores, el adelantamiento espiritual de los buenos, el consuelo de los afligidos, etc. ¿Quién podría llevar la cuenta de los desdichados a quienes salvó del infierno, de los corazones endurecidos que ablandó, de las personas tentadas a quienes ayudó con sus oraciones, de los elegidos que dirigió por el camino de la virtud, de aquellos cuyos buenos deseos alentó en su progreso hacia la perfección, de los que arrancó del camino del vicio y condujo al cielo, llevándolos -así podría decirse- en los brazos, sufriendo y orando por su salvación? Sí, yo podría decir lo que San Jerónimo dijo de San Pablo: «-Aunque estuviera dotado de mil lenguas, me sería imposible enumerar los frutos de salvación producidos por esta planta virginal y cultivados por el Padre que está en los Cielos».
He visto con frecuencia a millares de hombres y mujeres que corrían hacia ella de todas partes como si fuesen invitados a ello por el sonido de una trompeta misteriosa; sus palabras muchas veces no eran necesarias porque bastaba su presencia para convertir a la gente e inspirarles profundos sentimientos de contrición.
Todos renunciaban a sus pecados y acudían al tribunal de la penitencia. Yo fui testigo de la sinceridad de su arrepentimiento; para mí era evidente que la gracia actuaba superabundantemente en sus corazones. Esto ocurrió no una, ni dos, ni tres veces, sino con mucha frecuencia.
El soberano pontífice Gregorio XI me concedió a mí y a dos compañeros la facultad, reservada a los obispos, de absolver a todos aquellos que fuesen a Catalina y se confesasen. Por este motivo oímos a innumerables personas, hombres y mujeres manchados con toda clase de vicios, que jamás se habían confesado muchos de ellos o lo habían —122→ hecho sin las necesarias disposiciones.
A veces permanecíamos en ayunas hasta la noche sin poder dar abasto a los que se presentaban. Reconozco para vergüenza mía y honor de Catalina que la multitud era a veces tan grande que me sentía cansado y desalentado. Pero ella jamás suspendía sus oraciones alentada por el deseo de llevar almas al divino maestro.
- Ella se limitaba a recomendar a las personas que nos acompañaban que cuidasen de nosotros, que tendíamos las redes, pues sabía que estas iban a llenarse.
- Sería imposible describir su alegría; lo que veíamos exteriormente nos consolaba en grado sumo y nos inducía a olvidar nuestras fatigas.
- No me extenderé más en el punto relativo a los milagros obrados por Dios mediante la intercesión de Catalina.
Acaso el lector encuentre este capítulo demasiado extenso; sin embargo, es corto en relación con lo que tendríamos que decir. —123→ De algunos milagros obrados por Catalina en favor de la vida y salud del prójimo Voy a relatar ahora un hecho extraordinario en nuestros tiempos y, sin embargo, muy fácil para Aquel que lo puede todo.
- Lapa, la madre de Catalina, era una mujer sencilla y bondadosa, aunque no muy afecta a los bienes invisibles.
- Siempre sintió un terror extraordinario ante la idea de la muerte.
- Sucedió que, después del fallecimiento de su esposo, cayó enferma y su estado fue causa de serios temores.
- Catalina, como de ordinario, acudió a la oración y pidió a Dios que aliviase la enfermedad de su madre.
El Señor le reveló que Lapa se salvaría si moría entonces y que así evitaría muchas pruebas que la amenazaban. Catalina fue adonde estaba su madre y la exhortó dulcemente a prepararse, para el caso de que Dios la llamase a sí, sometiéndose en todo a la divina voluntad.
Pero Lapa, que estaba tan fuertemente atada a las cosas de la tierra, se horrorizó ante la idea de tener que separarse de ellas y conjuró a su hija para que pidiese a Dios su salud. La esposa del Señor vio con dolor esta disposición y pidió angustiada al Señor que no permitiese su muerte hasta que no estuviera completamente sumisa a la divina voluntad.
Dios accedió a los ruegos de Catalina; la enfermedad se agravó pero no sobrevino la muerte. La Santa intervino de nuevo ante Dios y ante su madre con plegarias y exhortaciones. Pidió al Señor que no sacase del mundo a su bondadosa madre sin la aquiescencia de ella y al mismo tiempo exhortó a su madre para que se sometiese de buen talante a la voluntad de Dios.
Pero sus ruegos pudieron más delante de Dios que de la enferma. Así fue que Nuestro Señor dijo por fin a su esposa: «-Anuncia a tu madre que no quiere morir ahora, que llegará un día en el que deseará la muerte y esta no llegará a ella». Yo, entre otros, puedo certificar el cumplimiento exacto de esta profecía.
Lapa llegó a una edad extrema, pero —124→ tuvo que sufrir tanto en personas y cosas que amaba, que continuamente estaba diciendo: «-Dios ha soldado mi alma al cuerpo en tal forma que no pueden separarse. ¿Cuántos nietos y bisnietos he perdido ya? Quien no puede morir soy yo.
- Yo quedo para sufrir la muerte y los sufrimientos de los demás».
- El corazón de Lapa era tan obstinado que la buena mujer no quería pensar en la salvación de su alma.
- Entonces Dios pareció negar a su esposa lo que le había concedido al principio.
- Después de haber diferido, de acuerdo con la petición de la Santa, la muerte de su madre, permitió con el fin de aumentar sus merecimientos que Lapa muriese sin confesión.
En vista de semejante infortunio, Catalina clamó al cielo deshecha en lágrimas: «-Ah, Señor, mi Dios, ¿es esta la promesa que me hiciste de que ninguno de los míos perecería? ¿No me prometiste que mi madre no abandonaría este mundo hasta que ella no consintiese en morir? Sin embargo, ahí la tienes muerta sin haber recibido los sacramentos de la Iglesia.
- En el nombre de tu infinita bondad, no permitas que queden así defraudadas mis esperanzas.
- No me retiraré de tu presencia hasta que no me hayas devuelto a mi madre».
- Tres mujeres de Siena, cuyos nombres daré, estaban presentes y oyeron estas palabras.
- Habían visto a Lapa lanzar el postrer suspiro y tocaron su cuerpo que no daba señales de vida y habrían iniciado ya los preparativos para el entierro si no hubiesen esperado a que Catalina terminase sus oraciones.
El Altísimo vio la angustia de Catalina y sus humildes y fervorosos ruegos penetraron hasta el trono de su misericordia. De pronto el cuerpo de Lapa se animó de nuevo, la vida retornó a él y la mujer reanudó sus ocupaciones ordinarias. Vivió hasta la edad de ochenta y nueve años en medio de aflicciones, privaciones y pruebas de toda clase, exactamente como le había anunciado su hija de parte de Dios.
- Fueron testigos de este milagro Catalina Getti, Ángela Vannini y Lisa la cuñada de la Santa y nuera de Lapa.
- Todas ellas viven actualmente en Siena.
- Las tres oyeron a Catalina cuando esta dijo junto a su madre muerta: «-Señor, ¿esta es la promesa que me hiciste?»,
- Millares de personas vieron a Lapa después de haber ocurrido esto.
El milagro tuvo lugar en el mes de octubre de 1370. El siguiente hecho puedo yo atestiguarlo de un modo particular. Hace diecisiete años, es decir, por los años 1373 o 1374, la obediencia religiosa me llamó a Siena, donde desempeñé el puesto de Lector en el convento de mi orden.
- Yo estaba sirviendo a Dios de una manera tibia cuando se declaró la gran epidemia que tantos estragos —125→ produjo en aquella región pero de una manera particular en la ciudad.
- El contagio atacaba a personas de toda clase, edad y condición social.
- Un día, dos y a lo sumo tres bastaban para que muriese la víctima del terrible mal.
El terror reinaba en todas partes. El celo por la salvación de las almas, que informa el espíritu de la Orden de Santo Domingo, me obligó a consagrarme a la salvación de mi prójimo. Por consiguiente visité a los enfermos y fui con frecuencia a Santa María de la Misericordia.
El director de esta casa era por aquel tiempo el Padre Mateo, que aún vive. Este hombre, de santa vida y gran reputación, sentía gran afección por Catalina, y las virtudes con que el cielo había enriquecido su alma, me hicieron cobrarle intenso afecto. Adquirí el hábito de visitarle todos los días. Una mañana, después de la misa conventual, salí a visitar a mis enfermos, y al pasar por delante de la Casa de la Misericordia, pregunté si alguien de los que estaban en el establecimiento había sido atacado por la enfermedad.
Como me hubiesen contestado afirmativamente, entré y vi al Padre Mateo, a quien llevaban como un cuerpo muerto de la iglesia a su celda. Estaba muy pálido y tan débil que no tenía fuerzas para hablar. Me dirigí, por lo tanto a uno de los presentes preguntándole qué le había ocurrido a mi amigo: «-Anoche -me contestó el interpelado- a eso de las once, mientras estaba atendiendo a un enfermo, se sintió atacado por la enfermedad y bastaron pocos instantes para que cayese en un estado de debilidad extrema».
- Una vez que el enfermo estuvo en su lecho, me incliné sobre él y escuché su confesión.
- Después de haberle absuelto, le pregunté qué síntomas sentía.
- Él me explicó en qué región del cuerpo sentía el dolor, agregando que sentía algo así como si se le hubiese roto una pierna y la cabeza hubiese sido partida en cuatro partes.
Le tomé el pulso y noté que tenía una fiebre altísima. Recomendé a los que le asistían que cuando viniese el doctor Senso, el médico, le explicasen ciertos detalles. Poco tiempo después volví a visitarle y el doctor Senso (que aún vive), me dijo que mi amigo había contraído la epidemia y que según todos los indicios no tardaría en morir.
«-Es evidente -agregó- que la enfermedad le ha atacado el hígado y mucho me temo que la Casa de Misericordia se verá privada de su buen director». Le pregunté si no podría suministrársele algún remedio. «-Veremos -me contestó- si esta noche con la quintaesencia de canela conseguimos que reaccione purificándole la sangre, pero tengo poca esperanza, porque el caso está muy avanzado».
Después de esta respuesta de la —126→ ciencia médica me retiré afligido y pidiendo a Dios devolviese la salud a un hombre que tan útil era para sus semejantes. Mientras tanto, Catalina había recibido la noticia de la enfermedad del Padre Mateo, a quien amaba por sus grandes virtudes.
Su corazón se conmovió e inmediatamente fue a visitar al enfermo. Entró en la celda de este y dirigiéndose a él, le dijo en son de chanza: «-Arriba, Padre Mateo; levántese. No es esta hora de estarse ociosamente en la cama». En el mismo instante en que fueron pronunciadas estas palabras, la fiebre y los síntomas de la pestilencia desaparecieron y el Padre Mateo se sintió tan bien como si nunca hubiese estado enfermo.
El religioso se levantó de la cama y dio gracias a Dios por el poder que había otorgado a su sierva. Catalina se retiró modestamente para huir de la admiración de los hombres. En el momento en que ella se retiraba, entré yo en la casa, ignorante de lo que había ocurrido, y creyendo que mi amigo se encontraba todavía gravemente enfermo.
- En cuanto la vi, la ansiedad que me dominaba me obligó a decirle: «-Madre, ¿permitirá usted que muera una persona tan querida y tan útil?».
- Ella, deseosa de ocultar lo que había hecho bajo el velo de la humildad, dio muestras de enojarse por mis palabras.
- «-¿En qué términos -preguntó- se dirige usted a mí? ¿Soy yo acaso Dios para librar a un hombre de la muerte?».
Pero yo, obcecado por la angustia que me dominaba, insistí: «-Diga eso a otro, si le parece, pero no a mí que estoy al tanto de sus secretos. Yo sé que usted consigue de Dios todo lo que le pide con fervor». Entonces ella sonrió, me miró con expresión alegre y me dijo: «-No se desaliente; esta vez no morirá».
Al oír estas palabras me tranquilicé por completo; comprendí que ya había conseguido aquella gracia del cielo. La dejé y corrí a ver a mi amigo enfermo a quien encontré sentado al lado de la cama contando a los que le rodeaban el milagro que acababa de hacer el Señor por intermedio de Catalina. Le dije que ella acababa de asegurarme que no moriría de esa enfermedad.
«-¿No sabe usted -replicó él- lo que acaba de hacer por mí?». Cuando le dije que no sabía nada, y que todo lo que ella me había manifestado no pasaba de la seguridad que acababa de darme la Santa, se puso de pie, muy sorprendido y me contó lo que acabo de consignar por escrito.
Para confirmar el milagro de una manera más positiva nos sentamos a la mesa, el Padre Mateo con nosotros, y nos sirvieron una comida que no era en forma alguna conveniente para un enfermo: vegetales y cebolla —127→ cruda. Él, que momentos antes se encontraba a las puertas de la muerte, la compartió con nosotros, charló alegremente y se rió, cuando aquella misma mañana apenas podía articular una sola palabra.
La admiración y la alegría fueron generales y todos alabamos a Dios que se había dignado obrar una maravilla tan grande por la intercesión de su esposa. Fue también testigo de este milagro el hermano Nicolás de Andrea, de la orden de los frailes predicadores, quien vive al presente y me acompañaba ese día.
Todas las personas que actualmente se encontraban en la casa, alumnos, sacerdotes y unas veinte personas más, vieron lo que acabo de relatar. Vivía por este tiempo cerca de la Casa de la Misericordia, una mujer muy piadosa que, si mal no recuerdo, vestía el hábito de las «Hermanas de Penitencia» de Santo Domingo.
Admiradora de las virtudes de Catalina, deseaba consagrarse a su servicio; seguía sus consejos con docilidad, estaba edificada con sus ejemplos y experimentaba hacia ella sentimientos de profunda veneración. Ocurrió un día que mientras esta mujer se encontraba en su casa, se hundió el piso y ella fue arrastrada entre los escombros, resultando tan mal herida, que todo su cuerpo quedó afectado.
- Acudieron a toda prisa los vecinos y al sacarla de entre los restos de la casa, todos creyeron que estaba muerta.
- Pudieron por fin acostarla en una cama, donde poco a poco fue recobrando el uso de los sentidos, pero harto se veía que estaba sufriendo de una manera horrible.
- El dolor la obligaba a lanzar lastimeros quejidos, mientras relataba a los presentes lo que le había ocurrido.
Acudió un médico, el que hizo por ella todo cuanto era posible, pero la pobre mujer no podía moverse y se quejaba de fuertes dolores en todos los miembros de su cuerpo. Llegó esto a oídos de Catalina, quien se sintió movida a gran compasión por aquella mujer que era hermana suya y se había hecho su servidora.
Fue inmediatamente a visitarla y la exhortó devotamente a que tuviese paciencia. Pero al notar lo grandes que eran sus sufrimientos, comenzó a pasarle la mano por los lugares del cuerpo donde sentía más dolor, como si quisiera en esta forma suministrarle algún alivio. Y tan pronto como Catalina tocaba con su mano una parte del cuerpo de la doliente, el dolor desaparecía, lo que habiendo sido notado por la enferma, la indujo a rogar a la Santa que siguiese poniendo su mano en todos los lugares donde sentía dolor.
Y Catalina llevada por su espíritu caritativo siguió aplicando el mismo santo remedio hasta que por fin la enferma se vio libre de todos sus dolores. A medida que la mano virginal iba pasando por las partes doloridas del —128→ cuerpo de la paciente el dolor desaparecía y la que momentos antes no podía mover un solo miembro, recobró poco a poco la libertad de movimiento.
Permaneció en silencio mientras Catalina realizaba su piadosa manipulación por temor a que se alarmase su humildad y aun después de haber sido curada, pero en cuanto la Santa se hubo retirado, dijo a los médicos y a los vecinos que la rodeaban: «-Catalina, la hija de Lapa, me ha curado». Todos se llenaron de admiración y dieron gracias a Dios, pues era imposible no admitir que allí se había realizado un milagro.
Lo que acabo de referir ha llegado a mi conocimiento por testimonio de otras personas, porque cuando esto tuvo lugar yo ni siquiera conocía a Catalina y no residía en Siena. Durante la misma pestilencia, un ermitaño a quien llamaban el Santo, y que en realidad lo era, fue atacado por la terrible dolencia.
Tan pronto como lo supo Catalina, hizo que lo trasladasen de la celdilla donde vivía en los alrededores de Siena a la Casa de la Misericordia; le visitó juntamente con sus compañeras y averiguó si se le atendía convenientemente. Hecho eso, se acercó a él y le dijo en voz baja: «-No tema; por enfermo que pueda estar, no morirá esta vez».
Pero no nos dijo nada parecido cuando fuimos invitados a orar por su curación; por el contrario, se presentó ante nosotros como si temiese su muerte. La enfermedad se agravó hasta tal extremo que empezamos a desesperar por la salvación del cuerpo del enfermo y a pensar tan sólo en la de su alma.
Todas sus energías vitales parecían haberse agotado y esperábamos el desenlace fatal. Catalina se inclinó sobre el enfermo y le dijo al oído: «-No tema; no morirá». Él, que parecía ya inconsciente, oyó estas palabras con toda claridad y creyó en ellas más que en la muerte cuya presencia sentía tan de cerca.
Por fin la palabra de la Santa triunfó sobre las leyes de la naturaleza y el poder divino, más potente que todos los remedios humanos, salvó contra toda esperanza al moribundo de la muerte. Ya estábamos todos preparando lo necesario para el entierro y pasaron algunos días sin mejora alguna, cuando llegó Catalina y dijo al oído del paciente: «-Yo te ordeno en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo que no mueras».
- Dichas estas palabras la vida y la salud volvieron inmediatamente al enfermo.
- El santo hombre se incorporó sobre el lecho y pidió algo que comer.
- Bastaron unos instantes para que su curación fuese completa.
- Nos contó lo que le había dicho Catalina y que sintió como si obrase sobre él una fuerza divina que retuviese su alma, que pugnaba por escapar del cuerpo.
Afirmó que no había sido curado por ninguna causa natural, agregando —129→ que se trataba de un milagro tan grande como si después de muerto hubiese sido restituido a la vida. Después de haber hablado de otros, creo que no debo pasar en silencio lo que Catalina hizo por mí.
- Cuando la epidemia estaba haciendo en Siena los más terribles estragos, yo resolví sacrificar mi vida por la salvación de las almas y acudir al llamado de cualquier enfermo por pestífero que fuese su estado.
- Cierto que la enfermedad era muy contagiosa, pero yo sabía muy bien que Nuestro Señor Jesucristo es superior a Galeno y que la gracia puede más que la naturaleza.
Vi también que muchos habían huido y que no pocos morían sin asistencia. Y como la bendita Catalina me había enseñado que la caridad obliga a amar al prójimo más que al propio cuerpo, yo estaba deseoso de asistir al mayor número posible de enfermos, cosa que realicé con la ayuda de Dios.
- Yo estaba casi solo en aquella vasta ciudad y apenas tenía tiempo para tomar un poco de alimento y dormir.
- Una noche, mientras descansaba y se acercaba la hora de recitar los oficios divinos, sentí un violento dolor en donde primero atacaba la enfermedad; mi mano descubrió la hinchazón fatal y atemorizado por este descubrimiento, no me atreví a levantarme de la cama, resolviendo aplicarme a mi preparación para la muerte.
Deseé que llegase pronto el día para tratar de ponerme en contacto con Catalina antes de que la enfermedad progresase. La fiebre y los dolores de cabeza ya habían hecho presa de mí; mis temores aumentaron, pero tuve suficiente fuerza para recitar mis oraciones.
- Cuando llegó la mañana, me arrastré con un compañero hasta la residencia de Catalina, pero esta ya había salido para visitar a un enfermo.
- Resolví esperar, pero como no podía tenerme en pie, me acosté en una cama que allí había, después de rogar a las personas de la casa que fuesen en busca de ella.
- Cuando regresó, y vio lo mucho que sufría, se arrodilló al lado del lecho y me puso una mano sobre la frente, empezando a orar mentalmente, como solía.
La vi entrar en éxtasis y entonces pensé que de allí podía resultar algo bueno tanto para mi alma como para mi cuerpo. Permaneció en aquel estado durante casi hora y media, cuando de pronto sentí un movimiento general en todos mis miembros. Entonces pensé que esto era un preludio de los vómitos, como había presenciado en muchas personas a quienes había visto morir de la epidemia.
Pero estaba en un error. Me pareció como si algo escapase de todas las extremidades de mi cuerpo con violento impulso y empecé a sentir una mejoría que aumentaba —130→ por momentos. Antes de que Catalina hubiese vuelto en sí del éxtasis, ya había recuperado yo el uso de mis facultades y estaba completamente curado, a no ser por cierta debilidad que era una prueba de mi enfermedad o un efecto de mi falta de fe.
Catalina, conocedora de la gracia que acababa de obtener de su divino esposo, volvió en sí y se dispuso a prepararme algún alimento. Cuando lo hube recibido de sus manos virginales, me ordenó que durmiese un poco. Obedecí, y cuando desperté, me encontré tan dispuesto para el trabajo como si nada me hubiese ocurrido.
Entonces ella me dijo: «-Ahora váyase a salvar almas y dé gracias a Dios que le ha librado de este peligro». Yo retorné a mis anteriores fatigas glorificando al Señor que había otorgarlo tal poder a su fiel servidora. Por esta época Catalina obró otro milagro en la persona de Fray Bartolomé de Santo Domingo, amigo mío, que al presente gobierna la provincia romana de nuestro Orden; este milagro fue tanto más notable cuanto que el mencionado religioso había estado largo tiempo enfermo atacado por la epidemia reinante.
Cuando el contagio se propagó a Siena, muchas personas, y, sobre todo, las hermanas de un convento de Pisa, que tenían noticia de los prodigios obrados por la intercesión de la Santa, manifestaron deseos de verla y de sacar espiritual provecho de sus instrucciones.
- Pidieron, pues, a Catalina que se sirviese hacer un viaje a Pisa, haciéndole presente con el fin de decidirla, que su presencia sería muy provechosa para muchas almas.
- Catalina no era muy adicta a los viajes, y acudió a su divino esposo sometiendo humildemente el caso antes de resolverse.
- Ya había consultado con las personas que la rodeaban y las opiniones estaban divididas.
Algunos días después se le apareció el Señor y le dijo que accediese al ruego de las personas que querían verla en Pisa. «-Mi nombre -agregó- será muy glorificado con este viaje y las almas sacarán gran provecho de él, de acuerdo con la promesa que te hice cuando tu alma fue separada del cuerpo y volvió después a él».
Catalina me hizo conocer la voluntad divina y se preparó para el viaje. Yo la acompañé juntamente con algunos Padres de mi orden para oír confesiones. Muchos de aquellos que la visitaban sentían cambiado el corazón por efecto de sus palabras y Catalina, a fin de que el enemigo de las almas no pudiese reconquistarlas, les ordenaba que buscasen inmediatamente un confesor y recibiesen el sacramento de la Penitencia.
Cuando llegamos a Pisa, Catalina fue hospitalariamente recibida en la casa de un vecino de la ciudad llamado —131→ Girard Buonconti. Este trajo un día a casa a un joven de veinte años y se lo presentó a la Santa pidiéndole que tuviese a bien orar para que recobrase la salud pues durante dieciocho meses la fiebre no le había abandonado, y aunque en ese momento no la tenía, la había sufrido en forma tan violenta que su salud estaba completamente arruinada a pesar de los esfuerzos que la ciencia médica había hecho para vencer la enfermedad.
- La palidez extrema del mozo y su estado de extenuamiento eran buena prueba de esta afirmación.
- Catalina, movida a piedad, preguntó al joven cuánto tiempo hacía que no se confesaba, y al contestar que desde hacía varios años venía omitiendo el cumplimiento de esta obligación, ella repuso: «-Dios le ha enviado esta aflicción porque usted ha permanecido durante tanto tiempo sin purificar su alma con el Sacramento de la Penitencia.
Vaya, pues, mi querido hijo, y confiésese; limpie su alma de la corrupción del pecado que es lo que ha emponzoñado su cuerpo». Hizo llamar a Fray Tomás, su primer confesor, y confió a su cuidado al enfermo para que le oyese en confesión y le absolviese de sus pecados.
Una vez que se hubo confesado, el mozo volvió a Catalina, quien le dijo poniéndole una mano en el hombro: -«Váyase, hijo mío, en la paz de Nuestro Señor Jesucristo; es mi voluntad que no tenga más esa fiebre». Y ocurrió lo que ella había dicho, pues a partir de ese momento el joven no fue más atacado por la fiebre.
Algunos días después volvió el mozo a dar las gracias a quien le había curado y nos aseguró que no había vuelto a sentir en absoluto la enfermedad que le había atormentado durante tanto tiempo. Yo fui testigo de esto y puedo decir con San Juan: «-El que lo ha visto da testimonio».
Estaban también conmigo el dueño de la casa donde se hospedaba Catalina, Lapa, Fray Tomás, Fray Bartolomé de Santo Domingo y todas las devotas mujeres que habían acompañado a la Santa desde Siena. El joven que había sido curado, propaló el milagro por toda la ciudad, y cuando algunos años después pasé yo por Pisa, fue a visitarme.
Estaba fuerte y robusto, y en presencia de las personas que me acompañaban relató lo que le había ocurrido, atribuyendo el haber recuperado en forma tan maravillosa la salud al poder divino por la intercesión de su fiel esposa. Un milagro parecido tuvo lugar en Siena, con la diferencia de que la enfermedad era mucho más peligrosa.
Una hermana de Penitencia de Santo Domingo, llamada Gemmina, y que era muy adicta a la Santa, tenía como consecuencia de un resfrío mal curado, una angina, y la enfermedad hizo tales progresos que cuantos remedios —132→ se aplicaron para contrarrestarla resultaron ineficaces; tenía la garganta muy inflamada y había peligro de asfixia.
Encontrándose en esta situación, hizo un esfuerzo y fue a ver a Catalina y le dijo como pudo en cuanto se encontró en su presencia: «-Madre, voy a morir, si usted no me ayuda». La Santa se compadeció de la pobre hermana, que ya apenas podía respirar; llena de confianza en la divina bondad, aplicó una mano a la garganta de la enferma, hizo la señal de la cruz y el dolor desapareció inmediatamente.
- Y la que había llegado a ella llena de sufrimientos, volvió en perfecto estado de salud y corrió llena de alegría a visitar a Fray Tomás relatándole lo ocurrido.
- Este tomó nota de lo que le dijo y dejó constancia de ello en un manuscrito, de donde lo he sacado yo.
- Cuando el Soberano Pontífice Gregorio XI dejó la ciudad de Aviñón para retornar a Roma, Catalina llegó antes que él a Génova, donde lo esperó con el fin de tener una entrevista con él.
Dos personas jóvenes de Siena nos acompañaron en este viaje. Eran muy piadosas y todavía viven. Una de ellas se llama Neri de Landoccio de Pagliaresi. Este joven abandonó después el mundo y se santificó en la soledad. La otra era Esteban Corrado de Maconi.
Cuando Catalina abandonó este destierro para subir al cielo, le ordenó que ingresase en la Orden de los Cartujos, y la gracia de Dios le acompañó en tal forma que actualmente dirige una porción muy importante de su orden. Fue colocado sucesivamente a la cabeza de diversos monasterios y ahora es prior de la Cartuja de Milán.
Ellos fueron testigos juntamente conmigo de gran número de los milagros que se relatan en esta segunda parte de la vida de la Santa. Pero en esta ciudad de Génova en ellos mismos se manifestó el poder divino por la mediación de la bienaventurada Catalina.
Mientras estábamos en dicha ciudad, Neri fue atacado por un dolor agudo que le ocasionaba grandes sufrimientos; se arrastraba sobre las manos y las rodillas en el cuarto donde vivía y donde también dormían otras personas; esto irritaba sus dolores en lugar de mitigarlos y la enfermedad seguía mientras tanto su curso.
Habiendo llegado esto a oídos de Catalina, pareció moverse a piedad y me ordenó que llamase a un médico y se aplicasen los remedios adecuados. Obedecí con presteza haciendo venir a dos médicos, cuyas prescripciones fueron cumplidas al pie de la letra; pero el paciente, en lugar de aliviarse, daba muestras de agravarse en su enfermedad.
Presumo que Dios permitía esto con el fin de poner de manifiesto de una manera admirable el —133→ poder de su esposa. Cuando los médicos vieron que sus prescripciones resultaban inútiles, me dijeron que no había esperanza de salvarle. Cuando yo di esta noticia a las personas que estaban sentadas a la mesa conmigo, Esteban Maconi dejó de comer y se dirigió presa de una gran aflicción a la habitación donde se encontraba Catalina.
Una vez en presencia de esta, se arrojó a sus pies con los ojos llenos de lágrimas conjurándola para que no permitiese que su hermano y compañero en un viaje emprendido por el amor de Dios, muriese lejos de su hogar y fuese enterrado en tierra extraña.
- Catalina, profundamente afectada al oír esto, le dijo con maternal ternura: «-¿Por qué, hijo mío, te afliges tanto? Si Dios quiere recompensar los trabajos de tu hermano Neri, no debes afligirte sino regocijarte».
- Pero Esteban insistió: «-Oh, queridísima y bondadosa madre, te conjuro a que escuches mi ruego; ayúdale; yo sé que si quieres, puedes hacerlo».
Y Catalina, sin fuerzas ya para ocultar su ternura, replicó: «-Yo únicamente te exhortaba a que te conformases con la voluntad del Señor; pero, pues te veo tan triste, cuando yo reciba la sagrada comunión mañana por la mañana, recuérdame tu pedido, que yo te prometo pedir a Dios por tu intención.
- Ora tú también para que el Señor me escuche».
- Esteban, regocijado por haber obtenido esta promesa, se presentó al día siguiente a Catalina cuando esta se dirigía a oír la santa misa, y arrodillándose humildemente ante ella, le dijo: «-Madre, te ruego que no defraudes mis esperanzas».
- Catalina comulgó en la misa y, como de costumbre, cayó en éxtasis.
Cuando después de largo rato recobró el uso de los sentidos, sonrió a Esteban que estaba a su lado y le dijo: «-Has obtenido la gracia que pediste». Esteban preguntó entonces: «Madre, ¿sanará Neri? -Ten la seguridad de que escapará de esta, porque el Señor desea devolvérnoslo», fue la respuesta de la Santa.
Esteban se apresuró a comunicar la alegre noticia al enfermo y cuando llegaron después los médicos y hubieron observado el estado del paciente, dijeron que a pesar de haberle desahuciado el día anterior, los síntomas de hoy indicaban que podría recobrar la salud. En efecto, de acuerdo con la predicción de Catalina, la mejoría se acentuó y pronto se encontraba el enfermo en plena convalecencia.
Pero Esteban Maconi vencido por la fatiga y las preocupaciones que le ocasionara la enfermedad de su amigo, cayó a su vez atacado fuertemente con vómitos y dolor —134→ de cabeza. Tuvo que guardar cama y, como era tan querido por sus excelentes cualidades, todos le asistíamos y tratábamos de consolarle.
Cuando la Santa se enteró de esto, fue grande su aflicción; le visitó y le interrogó con respecto a su enfermedad. Viendo que sufría mucho a consecuencia de la fiebre, le dijo con entonación de autoridad: «-Te ordeno en virtud de la santa obediencia que no tengas más esa fiebre». Y, ¡cosa maravillosa!, la naturaleza obedeció esta orden como si hubiese sido pronunciada por el mismo autor de todo lo criado.
Sin aplicar ningún remedio y antes de que Catalina saliese de la habitación, Esteban quedó completamente libre de la fiebre. Todos quedamos contentísimos al ver a nuestro amigo curado y dimos gracias al Señor por el milagro de que acababa de hacernos testigos.
A estos dos milagros agregaré un tercero del cual no fui testigo por encontrarme ausente en esa oportunidad. Pero la persona en cuyo favor fue obrado vive todavía y puede dar testimonio de él. Juana de Capo era una «Hermana de Penitencia» de Santo Dorrinao y aunque pertenecía a la ciudad de Siena, no residía en ella.
Cuando el Soberano Pontífice Gregorio XI retornó a Roma, envió a Catalina a Florencia con la misión de restablecer la paz y reconciliar al padre común de los fieles con sus hijos alborotados. Catalina lo consiguió en la forma que narraré en un capítulo especial de esta historia; pero la serpiente infernal que crea y fomenta las discordias, excitó en la ciudad una sedición contra la esposa de Cristo, que había ido allí para restablecer la paz.
- Sus amigos y las personas que la acompañaban la avisaron a tiempo para que se retirase durante algún tiempo y dejase pasar la tormenta.
- Ella siempre humilde y prudente, accedió a la insinuación, pero agregó que Dios le había prohibido abandonar los alrededores de la ciudad hasta que no se hubiese restablecido la paz y la concordia entre el Soberano Pontífice y el pueblo de Florencia.
Estaba haciendo Catalina los preparativos para abandonar la ciudad cuando supo que Juana estaba enferma. Tenía un pie muy hinchado lo que unido a la fiebre altísima que esto había producido en ella, la imposibilitaba de moverse. Catalina en forma alguna quería dejarla sola expuesta a los malos tratamientos de los impíos, y acudió a la oración implorando a Nuestro Señor para que interviniese en esta necesidad que ella no sabía cómo resolver.
- Mientras ella estaba orando un gran sopor se apoderó de la enferma, y cuando despertó de él, ya estaba completamente —135→ curada sin sentir el menor síntoma de la enfermedad.
- Se levantó, pues, de la cama, y al romper el día se puso en marcha con sus compañeras asombrados por aquella rápida curación, y bendiciendo a Dios que tan gran poder había otorgado a su fiel servidor.
A este milagro agregaré otro ocurrido en Tolón, Provenza. Nos detuvimos en una posada con ocasión del retorno de Gregorio XI a Roma, y Catalina se retiró como de costumbre a su habitación. Nosotros no habíamos anunciado su llegada, pero hasta las piedras parecían haberse dado cuenta de ella.
Primero las mujeres; después los hombres acudieron a la posada preguntando dónde estaba la Santa que regresaba de la corte pontificia. Como el hostelero les dijo que se hospedaba allí, fue imposible hacer que se retirase aquella gente y nos vimos en la necesidad de hacer pasar a las mujeres. Una de ellas trajo a una criatura cuyo cuerpecito estaba tan hinchado que inspiraba compasión a cuantos le veían y alguno de los presentes pidió a Catalina que tuviese por unos instantes al enfermito en sus brazos.
La Santa se negó a ello porque era enemiga de suscitar la admiración de los hombres; pero al final, consintió en hacer lo que se le pedía con una fe tan sencilla como firme. Y apenas tuvo al niño en sus virginales manos, cuando la hinchazón desapareció volviendo el enfermo a su estado normal.
Yo no estaba presente cuando se realizó este milagro, pero fue tan evidente y estaba tan bien certificado que el obispo de la ciudad me hizo llamar para informarse mejor acerca de las circunstancias en que se había producido el hecho portentoso. Según me manifestó, el niño era sobrino del vicario de la diócesis.
Me pidió además que hiciese lo posible por obtener de Catalina una entrevista para él. Nuestro Señor Jesucristo realizó muchos otros milagros por la intercesión de la bienaventurada Catalina, tantos que sería imposible dar cuenta de ellos en un solo volumen.
¿Quién fue la primera Catalina?
Valoración y legado – Retrato ecuestre de Catalina Catalina fue la primera mujer que gobernó el Imperio ruso, abriendo el camino legal a un siglo dominado casi en su totalidad por mujeres, incluyendo a su hija Isabel y su nieta política, Catalina la Grande, todas las cuales continuaron las políticas de Pedro el Grande de modernización de Rusia.
Al tiempo de la muerte de Pedro, el Ejército Imperial Ruso, compuesto por 130.000 hombres y otros 100.000 cosacos suplementarios, era con facilidad el más grande de Europa. Sin embargo, el gasto militar demostró ser ruinoso para la economía rusa, consumiendo en torno al 65 % del presupuesto anual del gobierno.
Puesto que el país estaba en paz, Catalina decidió reducir el gasto militar. Durante la mayor parte de su reinado, Catalina I estuvo controlada por sus asesores. Sin embargo, en este punto en concreto, la reducción de los gastos militares, Catalina fue capaz de salirse con la suya.
El resultado fue alivio de la presión fiscal sobre los campesinos, lo que llevó a que la reputación de Catalina I fuera de una gobernante justa. El Consejo privado supremo concentraba el poder en las manos de un partido, y de esta forma era una innovación ejecutiva. En asuntos exteriores, Rusia se unió a regañadientes a la liga austro-española para defender los intereses del yerno de Catalina, el duque de Holstein, contra Gran Bretaña.
Catalina dio su nombre al Catherinehof cerca de San Petersburgo, y construyó los primeros puentes en la nueva capital. Fue también la primera propietaria real de la finca de Tsárskoye Seló, donde el palacio de Catalina aún lleva su nombre. También dio nombre al parque Kadriorg y al vecindario posterior de Tallin, Estonia, que actualmente alberga el palacio presidencial de Estonia.
¿Qué protege Santa Catalina?
Santa Catalina es la patrona de las embarazadas e intercede especialmente por los embarazos de alto riesgo. Además, protege de los abortos expontaneoços. Su fiesta se celebra el 24 de marzo.
¿Cómo se dice Catalina en griego?
CATALINA – Al parecer, muy mala fama tienen las catalinas:
“Voy a echarme una catalina” quiere decir “voy a defecar”. Incluso el DRAE dice que catalina quiere decir “excremento humano”. Parece que les gusta hablar harto, pues en Argentina le dicen catalina, cata, o catita a los loros. Se relaciona con el amor interesado, como en el dicho que dice “Catalina, no me olvides, pues te traje borcegues “. Tambin se relaciona con la mala suerte, como en este otro dicho “Ni casa de esquina, ni burra mohna, ni mujer que se llame Catalina”.
Lo interesante es que el nombre no tiene nada que ver con eso. Catalina es una latinizacin (por el sufijo -ina) del griego καθαρος ( katharos = puro). Pero algunos relacionan Catalina con el antiguo nombre griego ‘Εκατερινη ( Hekaterine ) y este con Ἑκάτη ( Hekate ), una diosa vinculada con la luna, muerte, magia y el mundo de la ultratumba. Avísanos si tienes ms datos o si encuentras algn error. Miembros Autorizados solamente: A B C D E F G H I J K L M N O P Q R S T U V W X Y Z ↑↑↑ Grupos Anteriores ↓↓↓ Grupos Siguientes Los iconos de la parte superior e inferior de la pgina te llevarn a otras secciones tiles e interesantes. Puedes encontrar la etimologa de una palabra usando el motor de bsqueda en la parte superior a mano derecha de la pantalla. Escribe el trmino que buscas en la casilla que dice Busca aqu y luego presiona la tecla “Entrar”, “↲” o “⚲” dependiendo de tu teclado.
¿Qué nombre de mujer significa guerrera?
Evania : Nombre de origen irlandés que alude a una ‘joven guerrera’.
¿Cuántas personas se llaman Catalina en España?
Los nombres más frecuentes en Baleares: ellos se llaman Antonio y ellas María Antonio y María, en su grafía castellana, son los nombres masculino y femenino más frecuentes en Baleares, según los datos publicados hoy por el Instituto Nacional de Estadística ( INE).
Un total de 22.141 baleares se llaman Antonio, 39, 9 de cada mil habitantes; y un total 21.071 habitantes tienen María como nombre de pila, 37,6 de cada mil habitantes en el archipiélago. Los nombres de pila más comunes en España son Antonio y María del Carmen, que en Baleares ocupa la sexta posición entre los nombres más populares.
Al nombre de pila de Antonio, le siguen como más populares en las islas, Juan, José, Francisco y Miguel, Entre los nombres femeninos, a María le siguen como más populares Catalina, Margarita, Antonia, Francisca, En Mallorca, Menorca e Ibiza 16.638 personas se llaman Juan, 30 de cada mil; 13.23 tienen José como nombre de pila, 23,8 de cada mil; 11.723 personas responden al nombre de Francisco, 21,1 de cada mil; y 11.227 se llaman Miguel, 20,2 de cada mil habitantes.
Entre los nombres femeninos, Catalina se repite 15.843 veces, 28,2 veces por cada mil habitantes; Margarita lo hace en 13.537 ocasiones, un total de 24,1 veces por cada mil habitantes; 13,498 mujeres se llaman Antonia, nombre de pila que se repite 24,1 ocasiones por cada mil habitantes, y 12.992 mujeres se llaman Francisca, nombre que alcanza una frecuencia de 23,2 repeticiones por cada mil habitantes.
En cuanto a los apellidos más comunes en las islas, según el estudio del Instituto Nacional de Estadística, por provincia de nacimiento son García, Pons, Martínez, Torres y Fernández, Y por provincia de residencia García, Martínez, López, Sánchez y Fernández,
¿Cuántas Santa Catalina hay?
Buscando ‘catalina’
Celebración | Nombre | Santo |
---|---|---|
25 de noviembre | Catalina | Santa Catalina de Alejandría |
9 de marzo | Catalina | Santa Catalina de Bolonia |
29 de abril | Catalina | Santa Catalina de Siena |
24 de marzo | Catalina | Santa Catalina de Suecia |
¿Cómo se le llama a los nombres de cariño?
Los hipocorísticos son variantes de los nombres propios de las personas (antropónimos) y pueden presentarse de forma derivada, diminutiva o infantil, para designar cariñosamente, familiarmente o eufemísticamente a las personas. Los hipocorísticos se escriben con mayúscula inicial, no se entrecomillan ni se ponen en letra cursiva.
¿Cómo se llaman los nombres que no son propios?
Los nombres comunes son sustantivos que hacen referencia a una clase de personas, objetos, sustancias o conceptos. Los nombres propios son sustantivos que hacen referencia a personas, lugares o cosas que se nombran.
¿Qué Virgen es Santa Catalina?
Desde el siglo XIII, Santa Catalina de Alejandría, patrona de las mujeres solteras, fue objeto de una devoción muy popular en Occidente. Incluida entre los Catorce Santos Auxiliadores, su voz fue escuchada por Santa Juana de Arco durante su martirio. De origen noble, Catalina nació en Alejandría (Egipto) en la segunda mitad del siglo III.
- Conocedora de las ciencias e instruida en el cristianismo por un anacoreta, a los 18 años, se presentó ante el emperador Maximiano, quien cogobernaba el Imperio romano con Diocleciano, para recriminarlo por su cruel persecución de los cristianos.
- Sorprendido por la audacia de la joven, Maximiano convocó a los sabios para que, con razonamientos falsos, lograran que apostatara.
Pero Catalina salió airosa de todos los debates. Incluso, algunos de esos sabios, conquistados por su elocuencia, llegaron a convertirse al cristianismo. Santoral del 25 de noviembre: día de Santa Catalina de Alejandría. Pintura de Michelangelo Caravaggio. Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid, España. Como en muchas otras historias de la época, se asegura que el emperador enfureció y ordenó azotar y encerrar a Catalina.
Pero la esposa del emperador mostró su compasión y la visitó en la cárcel, intentando ayudar. En la cárcel, Catalina siguió convirtiendo al cristianismo a quien la escuchaba. Pero el cruel Maximiano, cada vez más enojado, la condenó a morir en la rueda. El instrumento quedó destruido al entrar en contacto con la joven, de manera milagrosa.
Poco después, ella fue decapitada. Según la leyenda, un grupo de ángeles llevó su cuerpo hasta el Monte Sinaí.
¿Quién es la patrona de la justicia?
Santa Catalina Drexel Santa Catalina Drexel de Filadelfia fundó las Hermanas del Santísimo Sacramento. Dedicó su vida a trabajar con poblaciones de americanos nativos y afroamericanos, estableciendo sistemas escolares y misiones para ambos en todo el país.
Fundó la Universidad Xavier, la primera universidad católica en los Estados Unidos específicamente para afroamericanos, y fue canonizada en el año 2000 por el Papa San Juan Pablo II. “Si deseamos servir a Dios y amar bien a nuestro prójimo, debemos manifestar nuestro gozo en el servicio que le brindamos a Él.
Abramos de par en par nuestros corazones. Es la alegría lo que nos invita. Avanza y no temas a nada”. (Santa Catalina Drexel) : Santa Catalina Drexel
¿Cuántas Virgen Santa Catalina hay?
Catalina de Bolonia (9 de marzo) Catalina de Génova (15 de septiembre) Catalina Labouré (28 de noviembre) Catalina Ricci (13 de febrero)
¿Cuál es el origen del nombre mía?
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Mia | |
---|---|
Origen | Múltiples orígenes |
Género | Femenino |
Santoral | 12 de septiembre |
Significado | La forma latina tiene igual significado que el pronombre mía. Diminutivo de María, Miriam y Amelia, |
Zona de uso común | Múltiples lugares. |
Artículos en Wikipedia | Todas las páginas que comienzan por « Mia ». |
Mia es un nombre muy popular entre las niñas de Inglaterra, Estados Unidos y Alemania, así como en muchos otros países y ciudades. El nombre Mía estuvo entre los 10 más elegidos para las niñas en Alemania, estudio realizado el 4 de febrero de 2006. En los países hispanohablantes es común también la forma Mía escrita con tilde, la cual tiene el mismo significado que el pronombre posesivo ; también es diminutivo de María, Amelia, Emilia, Miriam, Amalia y Salomé (Solomia).