
No sé cómo empezar. Han sido tantos lo momentos y las experiencias que estos días de confinamiento han recorrido mi memoria que, siendo tanta la pena que siento, apenas puedo escribir esta nota necrológica. Estuve con Manuel Angel justo antes de que se acordara el estado de alarma. Es algo de lo que siempre agradeceré al espíritu de dentro que me empujó para ir “a pasar el día” con él, comiendo en familia con su mujer e hijas, y dando luego un paseo, saludando a los vecinos y, entre ellos, a las hermanas de la Congregación de Marta y María, que regentan la residencia de los Santos Ángeles, en la Villa de La Orotava, para el cuidado de personas dependientes, que tan bien conocía Manuel Angel por haber estado yendo durante varios años como fiscal, en cumplimiento de las funciones encomendadas al Ministerio público, más allá de las de ámbito penal.
Manuel Angel era villero; y recuerdo cuando empezó “a fabricar” con todo detalle, respetando siempre la morfología de la arquitectura canaria, la que sería su vivienda, la de su familia, donde tinerfeños y forasteros hemos sido siempre tan bien acogidos.
Manuel Angel era único, especial, alegre por naturaleza, siempre sonriendo, excepcional. Como fiscal, su ojo clínico presagiaba la justicia del caso cuando los demás -jueces, fiscales y demás intervinientes en la Administración de justicia de la isla (y de las que forman el territorio de la Audiencia provincial)- cavilábamos con tecnicismos jurídicos a los que sólo alguien con sentido común y de justicia sabía darles la importancia debida. Pero como persona era “lo más”.
A mí me enseñó a ponderar las contrariedades de la vida. Me enseñó a amar la tierra que me acogía en mis primeros años de fiscal y de recién casado en Tenerife. Me enseñó a distinguir las diferentes papas, tempranas y tardías, bonitas, negras y coloradas y degustarlas “arrugás” con la mano mojándolas en el mojo que es “como tiene que ser”. Me enseñó a diferenciar las diversas palomas -su padre era un gran criador- que sobrevolaban el Valle. Nos metió -a mi mujer también- por barrancos inaccesibles y en cuevas de los guanches, y nos hizo recorrer, cuales puntos cardinales de referencia, de la Punta de Teno a Taganana y de San Juan a Arico y todos sus alrededores. Sí, Manuel Angel era por eso especial y excepcional, porque siempre fue generoso -más con los que veníamos de fuera- en todo; no sólo en enseñarnos su isla, su riqueza cultural e histórica y su gente maravillosa, con la que siempre tenía conversaciones agradables y entrañables que ponían al descubierto su humanidad, sino su humildad y forma de vivir, saboreándolo todo.
Una amistad que no olvidaré jamás. Tras mi destino a la Península siempre hacía por vernos cuando por aquí venía. Y a la inversa. Y es que ello va de su suyo con gente tan entrañable como Manuel Angel era.
Su muerte, hace dos días, no ha dejado a nadie sin impactar, con el dolor por el compañero y el amigo que se ha ido, sin rechistar, mientras los demás nos vemos impedidos de poder desplazarnos para “devolverle” la compañía que siempre nos dio.
Estos días todo pasa muy rápido. Pero hay cosas que no se olvidan. Manuel Angel: desde el Cielo verás mejor “tu valle” del que tanto presumías y con el que tanto nos involucraste con el baile de magos, la fiesta del Corpus y ese buen vaso de vino joven de la villa que siempre ensalzaste.
Se nos ha muerto un gran fiscal. Pero sobre todo una magnífica personal. Descansa en Paz, “mullallo”. Gracias por tu ejemplo y amistad, que perdurarán siempre, ahora en Mercedes, tu maravillosa mujer, y en vuestras hijas, Laura y Merchi, por las que siempre te has desvivido.
Santiago Milans del Bosch y Jordán de Urries